El truco de las campanas

 

Ya no abundan sacristanes colgándose en las alturas cuando en las iglesias suenan el Aleluya, el Angelus y el Ave María

Algunos sacristanes se han librado de una pesada carga. Desde hace un tiempo, no todos deben colgarse de las sogas de los campanarios para arrancarles notas que a veces suenan sin ton ni son. Con diferentes sistemas, la informatización llegó a los recintos sagrados y ahora convocan a misa con complejas melodías de campanas que salen por parlantes y se accionan con sólo oprimir un botón.

En el barrio de Belgrano, al mediodía, más de un alma se arrebata de fervor religioso cuando desde el más allá le llegan las notas del Angelus, y se conmueve hasta las lágrimas con el Ave María de las 18. La música proviene, en realidad, del campanario computarizado de la iglesia de San Benito Abad, que amplía su repertorio para las fiestas.

Pero ahí el sacristán no debe ser necesariamente un maestro en el arte de la puntualidad, y menos en el de tocar las campanas: un microprocesador electrónico está programado para emitir durante dos minutos esas melodías en las horas fijadas. Aunque parecen repiqueteos en vivo, en realidad son fruto de la reproducción vía poderosos parlantes. En cambio, en Nuestra Señora de Lourdes, de Ramos Mejía, sí hay que estar pendiente del reloj para apretar el botón que pone en movimiento a dos campanas.

Así, en materia de campanarios, las cosas ya no son tan simples. «Un sistema automatizado se programa para golpear las campanas con un martillo o su badajo y hacer melodías sencillas. En otro más complejo, los sonidos de las campanas están grabados y salen por amplificadores. Vienen con casi cien temas de fábrica y se pueden programar más», dice Leandro Sudera, ingeniero de Holimar, empresa del rubro que funciona hace una década y ya modernizó cerca de 40 campanarios.

UN RAYO MISTERIOSO

Lejos de este informático presente, Nuestra Señora de la Merced tiene uno de los campanarios más importantes: lo componen las primeras 19 campanas importadas de Europa, de una octava y media, escala cromática que permite interpretar piezas de alta complejidad.

Pero hoy nadie se dedica a hacerles tocar el Himno Nacional Argentino, como alguna vez ocurrió, sino que sólo se tira de la soga que hace vibrar una campana. «Para las fiestas se hacen sonar más entre varias personas», comenta el párroco Eugenio Guasta. En la Catedral Metropolitana ni siquiera eso: su mecanismo dejó de funcionar y ahora sólo se escucha esporádicamente algún repiqueteo. El último fue cuando murió Juan Pablo II.

La iglesia de San José del Talar, más conocida como de la Virgen Desatanudos, añora un pasado mejor. Antes de 2003 sacudía conciencias con temas como Los cielos, la tierra y el Aleluya. Funcionaba con un complejo sistema italiano computarizado, que hacía temblar el edificio al mover el carillón. Pero hace dos años un rayo quemó toda la instalación, junto con los equipos de audio para la misa y algún televisor. «Ahora repica cada hora una sola campana, sin melodía», se lamenta el párroco Hernán Fanuele, que sigue buscando fondos para la costosa recuperación.

DE GARAY A BILL GATES

«El primer campanario llegó con Juan de Garay. Apenas desembarcó para fundar Buenos Aires, un fraile colocó un tronco de árbol horizontal entre dos postes verticales y colgó una campana para llamar al culto», comenta Juan Lázara, tan conocedor del tema que en agosto dará un curso sobre cúpulas y campanarios de Buenos Aires, auspiciado por el GCBA (más datos,www.juanlazara.com.ar ).

Este primer campanario derivó en las llamadas espadañas para las primitivas iglesias de adobe, que reaparecieron en Buenos Aires en la arquitectura neocolonial. «La espadaña más famosa de Buenos Aires está en la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, con un reloj esférico en su cúspide», comenta Lázara. Efectivamente, en esa iglesia nada ha sido informatizado y los tañidos son manuales, los domingos, a las 12.30.

Y cita un caso opuesto: el de la iglesia de San Carlos Borromeo. «Era frecuentada por Carlos Gardel y Ceferino Namuncurá en distintas épocas. Allí la impresionante iglesia neorrománica del arquitecto salesiano Ernesto Vespignani tiene un campanario totalmente informatizado. Ya nadie se esfuerza en hacer sonar las campanas. Todo es cuestión de software.»

OTRAS MÚSICAS, OTROS ÁMBITOS

La fe no es la única por la que doblan las campanas. También hay motivos estrictamente musicales: una noche de diciembre de 1998, por ejemplo, más de 70.000 personas llegaron a Plaza de Mayo para escuchar la melodía minimalista que emitían los carillones de diez edificios.

Se trataba de los sonidos dirigidos por el catalán Llorenc Barber, Será Buenos Aires, que tuvo a 90 músicos con cronómetros en mano colgando de campanarios que rara vez se escuchan, pero que están: el del Palacio del ex Concejo Deliberante, el Cabildo, la Catedral, la Municipalidad, la Casa de la Cultura, el edificio Siemens, la basílica de Nuestra Señora de la Merced y las iglesias de San Ignacio, San Francisco y Santo Domingo. En abril último, Barber pasó por la ciudad -invitado por el Centro Cultural de España- para dictar un seminario sobre su arte.

En menor escala, el conjunto argentino de folklore alemán Schuhplattler Grupe recuerda en sus presentaciones la tradición alpina de interpretar canciones con el sonido de los cencerros que se suelen colgar del cuello de las vacas para reconocerlas en la distancia.

Teresa Straneck y su hija Ayelén, vestidas con trajes típicos, agitan con sus manos 33 campanas. Forman tres octavas afinadas como un piano. «Hacemos música de la zona de Baviera, aunque también sabemos tocar tango», comentan, con acento porteño. .

María Paula Zacharías

lanacion.com|

Viernes 15 de julio de 2005 | Publicado en edición impresa

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Categorías:Cultura y sociedad

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