Nicola Costantino

¿Qué clase de hija puede tener el matrimonio integrado por un cirujano y una fabricante de ropa? Parece lógico que su niña sea la creadora de una colección de prêt-àporter… hecha con piel humana. Pero para entenderlo, hay que ver el recorrido.

Nicola Costantino nació en 1964 en Rosario. La madre ante la máquina de coser, el padre en el quirófano y cuatro hermanos inquietos, pero no tanto como ella. “Mi mamá dice que tuvo cuatro hijos y a mí. Era tremenda, una peste. Inquieta, curiosa, no me gustaba la escuela”, confiesa ahora, que ya es una de las artistas plásticas más reconocidas de la escena local, con una carrera de más de veinte años de premios, constantes muestras en el exterior, ingresos en el patrimonio de varios museos, becas y otros reconocimientos.

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Su obra genera aquello que su madre padeció: provocación, estupor, fascinación por un lado y polémicas por otro. “No me gusta el arte complaciente”, aclara, aunque eso ya lo sabe todo el mundo. Su serie Peletería con piel humana causó revuelo en la feria Arco, de Madrid, en 1997, adonde viajó con la galería Ruth Benzacar. El estampado del género que ella fabrica con pericia de alquimista es una réplica demasiado parecida a la epidermis, que lleva estampado un patrón pezones, tetillas y anos. Con su singular segunda piel, diseñó, cortó y cosió carteras, zapatos, vestidos y tapados terminados con cuello de pelo humano, ese sí, de verdad.

“Desde los 13 años hago mi propia ropa. Cuando mi mamá se puso a fabricar yo hacía los diseños”, cuenta. Ahí, en su loft de Palermo, con vistas a un patio interno de aloes donde reina una acacia de Constantinopla, está su máquina de coser 4 x 4 -como llama a su industrial doble tracción que cose silicona-, la mesa de corte, el maniquí, los alfileres. Y por otro sector una exhibidor de su tienda fashion-caníbal… Sobrevuela su crítica a la sociedad de consumo, de la que es una militante silenciosa pero efectiva: “Lo lindo del arte es que no tiene palabras. No hay que hablar de eso. Cuando no podés explicar qué es, qué te pasó y tenés una sensación, ésa es la experiencia del arte. De las cosas que uno debería aprender a disfrutar”.

La misma bandera agitó con Savon de Corps, en 2004, en el Malba: un jabón hecho con un 3% de su grasa corporal, obtenida en una liposucción. Esa vez lo presentó con un corto publicitario y afiches que la tenían por modelo, y una edición limitada de 100 unidades, que además reproducían sus curvas. Llovieron las críticas, pero ella se preparó antes consultando autoridades religiosas y desligándose del arte con explicación. Si había que buscar un referente para esta obra era la película El Club de la Pelea, y no el Holocausto.

“Mi obra tiene siempre algo que no es complaciente. Genera conflicto, seduce, no es fácil de rechazar, tiene belleza y mucha realidad, que nos implica a todos. Se origina en una idea que puede parecer relacionada con la muerte y la perversión. Una presencia de la violencia que infligimos sobre nosotros mismos, sobre los animales, sobre quienes queremos… Está la capacidad de destrucción que tiene el hombre. Muestro cosas que no son agradables, que yo creo que estamos acostumbrados a ver en el cine, la televisión, la literatura. En arte, la gente no está anestesiada”, reflexiona.

 

De chica, claro, no jugaba con muñecas, sino que construía kartings con unos de sus hermanos, que después se convirtió en ingeniero. “Con él aprendí mucho sobre materiales, de qué están hechas las cosas. Nos hacíamos los juguetes”. Desde que miraba los fascículos de la Pinacoteca de los Genios quería ser artista. “No entendía qué era como trabajo, pero sabía que quería ser escultora”, dice. Hacía collages, esculturas, dibujos y pinturas con lo que encontraba. “En mi época no había talleres infantiles ni actividades extraescolares. Nunca fui a clases de arte hasta que entré en la carrera de Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario”.

Su formación continuó con una beca de su provincia que le permitió tomar clases con el escultor Ennio Iomi. Tomó un curso de taxidermia en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Rosario, donde aprendió a embalsamar y momificar animales. Después participó en una clínica de obra con Pablo Suárez, que la sugirió para el primer grupo del Taller de Barracas de la Fundación Antorchas, que dirigía junto al artista Luis F. Benedit. Durante 1995, por un programa de intercambios, residió en la Houston School of Art.

 

Su taller está lejos del cliché de pintor. Hay pinceles, sí. Rollos de papel. También, una bola de espejos. Pero prefiere posar entre sus máquinas. Compresor de aire, sierra eléctrica, prensa hidráulica. El loft conserva la estructura de un galpón, pura luz, y al fondo crece un jardín salvaje bajo la estructura oxidada de lo que fue un techo. Le gustan las herramientas, el clima de fábrica. Su paraíso una vez fue la cadena de ferreterías de su cuñado donde tenía un taller y podía oler fierros por todas partes. Su pasión es investigar nuevas técnicas y hacer esculturas. “Soy rica cuando hago esculturas. Es lo que quiero”, cuenta. Por eso, mientras iba a la facultad, incursionó en talleres e industrias. En una, ICI Duperial, aprendió a hacer moldes de silicona y matricería en resina poliéster, a los que luego inyecta espuma flexible de poliuretano. Con esta técnica logró otra de sus series más exitosas, la de los nonatos con los que construyó frisos y esculturas, tan realistas que dan pena. Dos piezas integran el Museo Nacional de Bellas Artes, gracias al Programa American Express / + arte para el bellas artes (ver recuadro).

A esa serie le siguió la instalación mecánica Animal Motion, en la que los animales nonatos están ausentes, pero se los vislumbra en los movimientos de máquinas ortopédicas diseñadas para ellos. La presentó en 2004 en la galería Ruth Benzacar. “De la presencia física abrumadora del friso pasé al frío y el cálculo de la máquina”, cuenta.

 

El 2009 fue para Nicola de buena cosecha. Además del premio adquisición de Amex, en arteBA 09, por el Programa Matching Funds arteBA-Zurich, el Museo de Arte Contemporáneo de Salta (MAC) sumó a su colección la obra Costurera, de 2008, realizada con técnica lamda print, de 1,60 x 1,20, que se exponía en la Galería Blanca Soto Arte.

Con la galería Sicart de Barcelona, estuvo en noviembre en la tercera edición de Pinta, la feria de arte latinoamericano que se realiza en Nueva York. Mostró el retablo de La Cena, que refiere a otra de sus pasiones, la gastronomía y remite tanto a La última cena de Leonardo da Vinci como a la película La fiesta de Babette. Recuerda a sus obras de cadenas de pollos y la bacanal Cochon sur canapé, que se degustó en 1993 en el Museo J.B. Castagnino de Rosario: era una porqueta rellena que se exhibía sobre un colchón de agua, para que el público la comiera con las manos.

Como hobby, está investigando la cocina molecular, fabricando moldes para presentaciones extravagantes y practicando gelificaciones. Y además, está trabajando en el arte del largometraje en blanco y negro Las mariposas de Sadourní, ópera prima del director rosarino Darío Nardi, en el que también tendrá un papel. “También tengo ganas de incursionar en el diseño de muebles y objetos”, dice.

 

Desde 2006 trabaja en fotografía, especialmente con autorretratos, actualmente en exposición en el Palacio Duhau (ver recuadro) y en el Museo de Bellas Artes de Santander, España. “Ahora estoy desarrollando una serie de fotos con un argumento. Serán 16 a 18 imágenes, que mostraré en 2010. Estoy yo como protagonista y mi alter ego, o doppelgänger (en alemán, sería el doble fantasmagórico de una persona viva)”, adelanta. En una antigua silla de barbero se ve cómo va tomando forma una réplica tamaño natural de sí misma, bastante inquietante. “Me hice el molde de la cara con los ojos abiertos, anestesiados”, desliza.

“Me encanta el trabajo de taller. Detesto el photoshop. Mis fotos son hechas de verdad, porque lo que no se hace en la realidad, después queda ficticio”. Su incursión en este mundo tiene que ver con la relación que tuvo con el artista Gabriel Valansi. “A través de él se me empezaron a ocurrir cosas en fotografía. Empecé con mucho temor y pudor, pero fue al contrario. A través de la fotografía se puede digerir mejor el resto de mi obra. Ya no produce rechazo”, dice. “El arte para mí es un espacio donde pueden existir realidades que son imposibles. Todo lo que nos rodea tiene su razón de ser, económica, lógica o de algún tipo. En el arte no. Puede existir algo porque sí, sin ninguna justificación. Y es sobre todo anti económico, innesesario… Eso el lo maravilloso”.

 

Entre sus artefactos, herramientas y criaturas, llama la atención una multitud de mamaderas, muñecos de peluche, cunas y cochecitos. Todo tomó un cariz más dulce desde la llegada de un rubicundo bebé de piel blanquísima y ojos azules, muy parecido a su madre. “Lo más importante de este año fue el nacimiento de mi hijo. Lo quería tener hacía muchos años y finalmente lo conseguí, sola y tras muchos intentos. Estoy feliz, completa… Con la sensación de que nada puede afectarme demasiado. Me puso muy productiva. En lo mejor de mi vida”, dice. “La mujer que trabaja y es madre siente la necesidad duplicarse… la aparición de mi doppelgänger tiene que ver con esto”.

El bebé, de cuatro meses, se llama Aquiles Costantino. Y sobre el nombre sí tiene una explicación: “Aquiles es el hijo de una diosa que hace cualquier cosa para que su hijo sea invulnerable, para protegerlo, y que si bien es casi divino, debe ser conciente de sus limitaciones y debilidades para ser invencible”.

 


Adquisiciones del MNBA por el Programa American Express

Dos obras de Nicola Costantino ingresaron en el acervo del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) gracias al “Programa American Express / + arte para el bellas artes”, que la Fundación American Express realizó por tercera vez en la feria arteBA. Se trata de una donación de U$S 20.000 ala Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes (AAMNBA), para la compra de obras.

Una de las obras adquiridas es Friso, de la serie de los nonatos que realizó desde 1999 a 2002, de 2,30 por 1,60 metros, hecha en hierro y aluminio. Se trata de una especie de cañería circular en la que se apretujan calcos de nonatos reales. “Tiene un sentido de algo oculto, amurado, que es descubierto de forma accidental. Pero si mirás las expresiones, tiene la ternura y esa cosa comprimida del vientre materno. Los animales están en ese sueño de los que están a la espera de nacer. Siempre sentí que es un trabajo relacionado con los deseos que pueden llegar a salir a la luz. Es mirar lo que no vemos. Los nonatos tienen algo de dulzura, que provocan a la vez impresión y terror”, explica.

También, la escultura Chancho bola, de 2006, de 50 centímetro de diámetro, de aluminio y resina, una representación realista de un cerdo, compactado en una esfera. “Me gusta la obra que eligieron para estar representada en el museo”, dice satisfecha.

La selección estuv a cargo de un comité de selección integrado por Guillermo Alonso, director ejecutivo del MNBA; Adriana Rosenberg, directora de la Fundación Proa, y Sergio Baur, ministro de la Dirección General de Asuntos Culturales de la Cancillería argentina –los dos últimos, integrantes del Consejo Consultivo del MNBA.

 

 

LAS MIL CARAS DE NICOLA

Hasta marzo su puede ver su serie de autorretratos fotográficos en la muestra que se exhibe en el Palacio Duhau, Park Hyatt. Inaugurada en el marco de la feria de fotografía Buenos Aires Photo, cada imagen tiene referencias a la historia del arte y la fotografía: Antonio Berni, Man Ray, Richard Avedon y Leonardo da Vinci, por nombrar algunos. En esta muestra se adelanta la primera toma de la muestra que presentará el año próximo, que alude al Narciso de Caravaggio.

“Es la primera vez que las muestro todas juntas. Se fueron viendo en salones, colectivas y ferias. Siempre estoy yo en una situación muy mía. Por ejemplo, la Costurera, inspirada en la obra de Berni Primeros pasos, tiene mucho que ver con mi historia. Trato de ser auténticamente yo en cada foto. Me gusta mostrar las distintas Nicola que conviven en mí. En una trilogía, está la mala con el pelo tirante en una cocina con aire de laboratorio. Después está la glamorosa, vestida de rojo y con rulos, muy maternal; y también, la que lleva un delantal de soldadora, la trabajadora”, explica la artista.

La selección de obras es suya, y todas tienen para ella algo emblemático: “La mujer del sweater rojo, de Berni, tiene para mí muchos significados. Cuando era chica mi papá compraba la Pinacoteca de los Genios, y creo que las primeras obras de arte que vi fueron las de esa colección. Ahí vi La mujer del sweater rojo y me enamoré de esa obra. La miraba, y trataba de descubrir cómo la había hecho. Quería hacer eso cuando fuera grande”.

La muestra está abierta durante las 24 horas, los siete días de la semana, con acceso libre y gratuito, en Av. Alvear 1661.

 

 

Por María Paula Zacharías

Publicada en la revista Expressions, en diciembre de 2009



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