Campo, playa o ciudad, según donde vivan, los perros suelen tener distintas características, costumbres y comportamientos. Esto ya está estudiado por la ciencia y salta a la vista cuando llega un perro extranjero de paseo.
El perro de campo es un ser especial y se distingue por su pelaje grueso. Las rastas ocasionales no responden a ninguna ideología, sino a toda una vida alejada del peine. Se adorna con abrojos. Consulté con Cristian y Xoana, caseros de El Ojo de Agua, una estancia de Olavarría, y lo confirmaron: sus perros jamás pasaron por el jabón. Son tres, Matrero, Gaucho y Sombra; a uno le falta una pata. Se bañan solos cuando ellos mismos lo consideran necesario, o por calor, en el bebedero de las vacas. Mestizos, fornidos, comen salteado, pero bien: tienen la suerte de pertenecer a un campo ganadero y la dieta se completa con alimento balanceado. No hay platos con sus nombres ni cuchas mullidas: comen y duermen donde les parece, entre gallinas, a las que no molestan. Su trabajo es en relación con vacas y ovejas, como guías de tránsito. De los caballos son amigos, laderos.
Hay otros cuzcos aquerenciados, que se arriman al fogón. En los campos agrícolas no cumplen muchas funciones. “Les doy comida, cazan bichos alrededor de la casa y no hacen mucho más”, dice Martín Arregui, productor de la Estancia La Delia. Su perra personal, Pinta, es inseparable; va con él a la ciudad, asomada como mascarón de proa en la caja de la camioneta, ladrando y moviendo la cola. Si su dueño se baja en un negocio y le da la orden de quedarse quieta, es incapaz de moverse. “Parece un granadero”. No sabe lo que es una correa. No la necesita.
Hay que ver cómo todo esto deja muy mal parados a los perros que llegan de visita, con sus brushing de peluquería y sus conductas de niños malcriados. Viene un bulldog francés de Misiones, Holy, y enloquece a las ovejas: las corre en círculos, desbocado. Un perro porteño roba una tira de asado de la parrilla, algo prohibido en el código de honor del can gaucho. El bochorno es general. La explicación para la templanza del perro paisano es que vive suelto y pendiente de su dueño, de no perderlo de vista, pero nunca se siente encerrado. En cambio, el de ciudad vive pendiente de un ser humano o entre cuatro paredes. Desea con todas sus fuerzas correr, a donde sea.
El ejemplar “de playa” también es, en su gran mayoría, mestizo. Hace uso de su libertad, aún más ilimitada, pero siempre vuelve a su casa. Nadie le pregunta dónde estuvo. Va a bañarse al mar cuando le viene la gana. En verano son gordos sin remedio. La playa es un prodigio de restos de meriendas: con una movida de cola el veraneante entrega una galletita. Hay vecinas estables que les ponen distintos nombres y los creen vagabundos: en cada casa tienen un plato. Tienden al pelo corto y crespo de agua salada y una agilidad lograda con kilómetros de orilla.
Este verano anduve por todos estos paisajes con mi perra Tina, oriunda de Buenos Aires. Tiene agilidad de cabra en las sierras, galope de gacela en el llano del campo y cualidades de nadadora marina. No hay mayor sensación de compañerismo que ir al mismo ritmo, con la correa colgando entre los dos, como de la mano. Ni hay mayor sensación de plenitud que soltar al animal y verlo correr en el paisaje deslumbrante, eufórico de alegría.
Aprendiz de bandida rural, Tina se quitó los restos de champú en una zanja turbia y aprendió a ladrarles a los autos y motos, un vicio de pueblo. Se hizo amigos inseparables y recorrió parajes vecinos en busca de presas y aventuras. En la playa, simpatizó con otros perros veraneantes, acostados en lonas debajo de sombrillas. Se comportó con respeto (orejas y cola gachas) ante sus pares playeros, que se mueven en pandilla, de aspecto feroz y galope bravo. Ahora no se queja de dormir adentro, aquí a mis pies. Hay perros para todo.
Categorías:Manuscritos
Qué lindo y bien escribís, María Paula! Amor y ternura 😍 Abrazo Graciela
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