Tiempos excepcionales para seguir alimentando la imaginación

Quienes logran ensimismarse, aprovechan la serenidad de jornadas sin distracciones ni horarios para emprender obras monumentales y también pequeñas, pero salvadoras. El arte es un refugio para los creativos de siempre, y estos tiempos excepcionales lo potencian. Maestros que no paran y van por las más grandes obras de sus vidas, pintoras que se adaptan a formatos domésticos, artistas que se inspiran en sus jardines y prueban nuevas técnicas y parejas que siguen a la par en la ruta creativa. El arte en cuarentena no se toma descanso.

Julio Le Parc, 91 años, estrenó hace unos días la más grande de sus obras: un móvil de unos 11 metros de diámetro compuesto por 2660 piezas que preside el hall de la Tabakalera de San Sebastián, en España. El 1 de junio, cuando se reabrieron los museos, se pudo ver por primera vez. Guillermo Roux, que anda por la misma década, trabaja sin pausa y lleva siete grandes cuadernos de dibujos de todo lo que se le cruza por delante. «No son los objetos sino lo que uno proyecta en los ellos. Es como dejar un testimonio. Somos hojas al viento», dice.

«Tenía ganas de aislarme un tiempo para escribir una nueva versión de mi libro del caos y también aprovecho y estoy pintando mucho. Lo que estamos viviendo me sirve de tema», dice Luis Felipe Noé, otro maestro. Cumplió 87 años y lo tuvo que festejar solo, compartiendo en Instagram un video bailando con una máscara. «Lo que necesito es estar conmigo», explica. Desde que comenzó el confinamiento realizó seis cuadros de gran tamaño, pintando entre cuatro y seis horas todas las tardes. Los hace de pie, y por eso se lamenta ¡por no poder pintar más! «Tres son de este tema. Tal vez sea una serie que se llame El virus reina«. En los ratos libres, lee filósofos del Romanticismo y planea una nueva versión de su libro El caos que constituimos. Reserva las mañanas para escribir.

«Me he dedicado a estar encerrado en mi taller toda mi vida», dice Sergio Roggerone, otro pintor incansable, desde su casa estilo barroco en medio de viñedos en Mendoza. Estaba pintando una serie de retratos monocromos de mediano formato, pero con los días de silencio se envalentonó: «Viendo que vamos a estar encerrados por un buen tiempo, me he animado a hacer obras de cinco por tres metros, pinturas para dejar a la vida, en algún museo, porque son invendibles. Obras que quiero dejar en Argentina, obras testigos. Son de la medida de las puertas de mi taller porque, si no, no las voy a poder sacar», dice.

Sergio Roggerone.

No todos pueden. Una maestra como Marcia Schvartz se contenta con la paz que le da subir a la terraza a retratar a sus plantas con acuarelas.  Otra de su talla, Diana Aisenberg, emprende ilustraciones y textos. Tiene una gran definición: El artista crea en estado de beso. «Estoy concentrada en el hoy, en cómo mantener el estado de beso, no quiero hacer tanto plan», dice.

En cambio, para la pintora Verónica Gómez no fue problema adaptar su dos ambientes de Almagro para la diversidad de actividades que hoy migraron al hogar. Dividió la mesa del comedor en dos: una mitad es aula virtual ­-computadora, velador, libros- y la otra, desparramo de óleos y pinceles. Y también suele hacer lugar para practicar yoga o artes marciales. «Estoy acostumbrada a hacer talleres portátiles», cuenta. «La ventaja es que uno necesita poco espacio para tener un montón de alumnos», dice. De su biblioteca cuelgan las pinturas que hizo en estos días. «El arte tiene algo terapéutico. En estos tiempos tan difíciles no me puedo privar de algo que me sana», explica. De sus retratos de niñas taciturnas y monocromas pasó a una nueva serie de figuras arropadas para la guerra, de colores brillantes y títulos como La niña que coleccionaba casas, Niña Amelia y el osito de agua («que es un tardígrado, un animalito que mide medio milímetro y es indestructible», explica), Niña pangolín. «Son una colección de niñas medio bravas. Los trajes están hechos con pedazos de arquitecturas y algunas tienen armas», cuenta.

Verónica Gómez

Tampoco quieren salir Leo Chiachio y Daniel Giannone. Después de un viaje de 37 horas desde California, donde cursaron una residencia, los artistas llegaron a su hogar en Monserrat con una valija llena de bocetos bordados, libros de arte textil inspiradores y muchas ganas de trabajar. «No necesitamos nada para producir, siempre encontramos con qué entretenernos», cuenta Giannone. Su casa está repleta de hilos y géneros, bastidores y agujas, porque lo suyo es el bordado a gran escala. «El tiempo es un concepto que atraviesa nuestra obra, en horas de realización que quedan atrapadas. Pero esto es un tiempo diferente, un letargo mayor, y nos permitió retomar ideas», dice. «Nuestro trabajo siempre es fluctuante, así que este es un agua donde sabemos nadar bien», dice Chiachio frente a la incertidumbre respecto de muestras futuras.

También pasan el encierro en dupla creativa Juliana Iriart y Ernesto Ballesteros, artistas contemporáneos que viven en una casa con parque en Chascomús, junto con los perros Edificio, Manteca, Tita, Flash y Limonada, según los bautizó su hijo Jacinto cuando se mudaron de la ciudad al campo.  Para ellos, el encierro no es tal. «En casa encontramos espacios para trabajar», explica Iriart. Así, cada uno en su rincón, son usinas que no paran de crear. «Yo ahora estoy pintando afuera en una mesa al sol con látex y esmalte sintético. Me contagié viendo pinturas en las redes: vi artistas pintando y me dieron ganas de pintar. Me atrajo la manera de pintar de Damien Hirst, depositando la pintura sobre la tela sin hacer ni media franela. No me quise apartar del deseo de imitar el acto.  Fue una suerte no tener óleos. Juli me dijo ´¿por qué no probás con la pintura de las puertas?’, y sí, era ése el material que necesitaba», cuenta Ballesteros. Al principio lo hacía sobre cuadros ya hechos, pero ahora abrió la artística del pueblo y pudo comprar bastidores. Sigue usando la pintura para pared.

Iriart está trabajando en pinturas de gran tamaño que giran sobre su eje, unas esculturas-pinturas que ya están construidas y que va llenando de color de a poco. Pero más se aboca a un proyecto sonoro: «Empecé a grabar Radio de Cuadros, donde cuento cuadros de artistas que ya no viven. Tiene que ver también con lo que nos inspira. Contar sus cuadros es alentador», cuenta. En Soundcloud las emisiones están bajo el nombre de la Poeta Mentirosa (https://soundcloud.com/la-poeta-mentirosa).

Beatriz Moreiro es otra artista productiva y con amplios horizontes. Vive frente a un estero de 17 hectáreas, una reserva natural en Chaco. La acompañan un gato, dos perros y una tortuga a la que le hizo una cascada, rodeada por árboles centenarios y con una vegetación voluptuosa que inspira su obra en grabado, objeto natural, dibujo, escultura y video. Con todas esas técnicas, retrata nidos, bichos, hongos, flores, tacurúes (hormiguero de termitas) y caraguatás (plantas que funcionan como reservorio de agua). Ahora su taller está lleno de bolsas con pastos, ramas y hojas que junta para una futura videoinstalación que hablará del desmonte. «Si dejo de trabajar sería como morir un poco. Tengo la esperanza de que se va a llegar a vivir mejor cuando todo esto pase», dice. De día, recolecta, dibuja o graba en metal con una máquina inventada por ella. De noche, dibuja en su dormitorio. Lo importante es crear: igual que para muchos otros artistas, en eso radica su vida.

Publicado en La NAción, Cultura, 7-6-20. Link: https://www.lanacion.com.ar/cultura/tiempos-excepcionales-seguir-alimentando-imaginacion-nid2373801



Categorías:Artistas, Artistas de entrecasa

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