«Sigo soñando, buscando algo que todavía no encontré. Eso para mí es el misterio, porque el arte es un misterio, no existe, hay que hacerlo existir, y eso es todo un pensamiento, un idealismo, incluso una utopía. Pero bienvenidas todas esas sensibilidades para poder lograr la obra de arte», dijo Enio Iommi, maestro del arte concreto, el 19 de junio de 2012, a las 10.30 de la mañana, en su casa de Ciudad Jardín, El Palomar. Ahí estaba la artista visual Gaby Messina para escucharlo, registrarlo y hacerle uno de sus últimos retratos. Pocos meses después, el arte argentino se quedaba sin uno de sus referentes.
Así, urgida por conocer y aprender de los mayores, Messina fotografió y filmó durante cuatro años a 112 grandes personalidades del campo artístico mayores de 65 años. El resultado es, por un lado, la galería de figuras que integran la exposición Maestros. El Bosque y el Árbol, en las salas 41 y 42 del Museo Nacional de Bellas Artes, como parte de los XIX Encuentros Abiertos Festival de la Luz. Por otro, una película documental musicalizada por Gustavo Santaolalla que registra los encuentros, y dos libros: uno recopila las fotos con el mismo título de la exposición -editado en forma por el sello de fotografía Retina, dirigido por el músico argentino, y la Fundación Mundo Nuevo-, ySaber ver, publicado por Penguin Random House e Ideoma (nuevo sello de Santaolalla), que recoge las entrevistas completas donde los maestros narran su proceso creativo, y hablan sobre temas como el exilio, la muerte, la familia, la subsistencia, el amor y el arte en sí. En fin, la vida. «Parte de la gran relevancia del trabajo también pasa por el legado y la atemporalidad. La edad y a la vez la permanencia de lo creado y de sus artífices», dice Santaolalla.
Referentes en pintura, escultura, fotografía, acuarela, collage, cine experimental y videoarte posan en sus talleres y sus casas, y se someten a un juego de poses y luces de colores. Luego entablan un diálogo sincero, entre colegas. Calan hondo. «Si sos artista y te encontrás con otro artista, a los diez minutos tenés una comunicación. Es como una relación implícita de la cual no se habla, pero que existe», dice Osvaldo Romberg en una de las entrevistas.
«Los vemos en sus estudios, en sus casas, en los lugares que frecuentan. En espacios que los identifican o con los que ellos mismos se sienten identificados», dice el crítico Rodrigo Alonso. Cuando comenzó este proyecto, Alonso y Laura Buccellato -entonces directora del Museo de Arte Moderno- extendieron a Messina sus listas de maestros imprescindibles, junto con sus contactos. «Después ya no pude parar: cada maestro tenía otro para recomendarme», cuenta la artista.

MArta Minujín (Ph: Gaby Messina)
A las sesiones Messina llegaba con un bolso de gelatinas de colores, que son filtros para teñir la luz y pintar su propia obra: hay plantas fucsias, piel verde, piel rosada, atardeceres anaranjados, paredes azules, sillones anaranjados, maderas fluorescentes. «¡Todavía soy muy adolescente y me hago preguntas!», exclama Delia Cancela, recostada cual diva sobre su mesa de dibujo: su pelo rojo viró al verde, y la pared es rosa chicle. «He corregido al azar, tanto en las obras como, algunas veces, en la vida», dice Gyula Kosice, precursor del arte cinético y lumínico, envuelto en una luz azul, la misma de su Ciudad Hidroespacial.
En el documental, que se proyecta en la sala de manera continua, entran en cuadro piezas clave: un reloj de péndulo en el living de la pionera del videoarte Narcisa Hirsch -el tiempo es su tema-, el autito de los 6 años del eterno niño Clorindo Testa, Juan Doffo ante el fuego que protagoniza tantas obras suyas, y el locuaz Adolfo Nigro con dos teléfonos a mano. En pantalla grande, se lo podrá ver en el auditorio de la Asociación de Amigos del MNBA el próximo viernes, a las 17, y el siguiente a las 14.
«Es una edad en la que no te importa nada. Están bien plantados. Es la experiencia que te da el vivir. Una brisa ya no los va a tirar. Los conflictos, las dudas, las inseguridades, las crisis y tantas cuestiones que uno mismo se impone terminan siendo ese árbol que no te deja ver el bosque. Yo pude mirar el bosque de estas grandes mentes, reconocerlo y absorberlo, y todo esto me va a acompañar el resto de mi vida», cuenta Messina, que ha salido de esta experiencia con una nueva filosofía: «El foco es entender un poco de qué se trata vivir, esta locura tan genial que puede volverse compleja. Aprendí de ellos que lo más importante es estar conectado con tu propio espíritu, con tu corazón, tus experiencias, tener memoria de las cosas que te pasaron y no te gustaron. Lo más difícil es escucharse.»
Hay gestos simples, manos que dibujan en el aire, silencios y miradas sostenidas. Los artistas en el libro y en la película van soltando ideas para atesorar, recuerdos de infancia, mensajes profundos y sencillos, su sabiduría. Contagian vitalidad. «Quiero la aventura. De pronto, si estás atento, una mancha, un borrón, te indican para dónde va el camino», propone Juan Carlos Distéfano, representante del país en la última Bienal de Venecia. La fe de Marta Minujín: «Hay que creer en uno mismo totalmente, ciegamente. Si no creen en ustedes mismos, nadie más va a creer». Y Jorge Demirjian habla de su romance: «Confío en que el cuadro me va a dar información. Dialogamos; hablo y él responde. Cuando se queda mudo, yo lo agredo, lo embisto, lo toqueteo. Si no le gusta, me da un informe, o me dice que voy bien, que siga tocándolo. Es un diálogo amoroso».
«Tienen el ojo entrenado», dice Messina. Hacerles una foto a fotógrafos de la talla de Eduardo Gil, Eduardo Grossman, Juan Travnik, Julie Weisz, Norberto Puzzolo, Oscar Pintor y Alicia Sanguinetti fue un desafío extra, pero también a todos los demás. «Los artistas han vivido exilios, pérdidas, y las mujeres cuentan su lucha por imponerse en un contexto hipermachista que no es el de hoy. Llegué con mucha gratitud y respeto, y encontré en ellos una entrega inesperada, aunque a veces tuviera un conocimiento escaso de su obra, porque mi interés pasaba por un lado bien vital», cuenta.

De la vejez se habla poco. Messina recuerda en la introducción del libro de fotos el amor por su abuelo materno y revela un secreto de su niñez: «Cuando veía a algún señor o una señora muy mayor caminando por la calle, sin que nadie lo percibiera y sólo con mi imaginación, le hacía la señal de la cruz. Como si quisiera darles mi bendición». El antecedente de este trabajo es Fe, un proyecto que surgió después de la muerte de su padre, que la llevó a cuestionarse sus propias creencias. «Me quedé sola», dice. Sin padre ni Dios, salió a escuchar a los mayores. «A la primera foto, la de Iommi, llegué ya con esa postura de la gente grande: quería hacer lo que se me cantara, más allá de lo que se debiera hacer en fotografía. Me di libertad.»
Está escrita la humildad de Hernán Dompé: «El trabajo te enseña. Yo aprendo de mi propio trabajo, no solamente de otras cosas que son externas. En mi taller aprendo mucho». La receta de Liliana Porter: «Mi teoría es que, ya que venimos al mundo sin instrucciones, el desafío es armarnos una realidad lo más feliz, lo más sana, lo mejor posible». «Soy totalmente libre. Por eso nunca estuve sola; no estoy sola, estoy con mi libertad, en todo caso, y me da un trabajo bárbaro», suelta Noemí Escandell. Aclara Dalila Puzzovio: «Creo que no hay que tener ninguna expectativa. La expectativa principal es estar contento con lo que hacés y ser honesto, coherente».

Margarita Paksa (Ph: Gaby Messina)

Clorindo Testa (Ph: Gaby Messina)
Testa se acomoda con sus planos detrás. Sara Facio, con el retrato que le hizo a María Elena Walsh. Graciela Taquini se sienta en el balcón con una televisión diminuta. Alicia Díaz Rinaldi, ante su mesa de grabado. Nora Iniesta, delante de una pared de diplomas. Eduardo Costa se monta en su bicicleta. Guillermo Roux se pone la túnica. A Roberto Elía lo acompaña una planta seca, atractiva, sinuosa. A Nelly Perazzo, su gran biblioteca. Renata Schussheim revolea la llamarada de su pelo. Leopoldo Maler se sube al bote que lo lleva a su casa en Boca de Chavón. Luis Felipe Noé anda en un caos de flores, planetas y pinturas.
Las conversaciones también reparan en la difícil tarea de vivir del arte. «Tuve una carrera muy rica y hago muestras constantemente, pero no vendí obras hasta que cumplí 70 años», cuenta Leandro Katz. Dice Remo Bianchedi: «Para mí, ser feliz y libre es mi capital. Soy totalmente autárquico. ¿Un cuadro se vende en cien dólares, en quinientos, en cincuenta? Me da exactamente lo mismo, porque el dueño del medio de producción soy yo. Eso es capitalismo en serio. Lo otro es pavada». Ya le decía un maestro de maestros a Carlos Alonso: «Recuerdo que cuando fui a estudiar con Spilimbergo a Tucumán, uno de los pocos acontecimientos colectivos fue cuando nos juntó todos los alumnos y nos dijo: ‘Si ustedes quieren ser pintores, tienen que estar dispuestos a cagarse de hambre. ¿Están dispuestos a cagarse de hambre? ¿Sí? Bueno, vamos, adelante’. Y fue así, nos cagábamos de hambre».
También hay momentos trágicos, como cuando David Lamelas cuenta que empezó a dibujar cuando murió su hermano gemelo: «Con su desaparición me quedó un gran vacío, tal vez, de identidad. Entonces inventé otro ‘hermano’ y me compré un cuadernillo de dibujo; no sabía qué, pero siempre hacía algo, para no estar solo». Y hay historias de amor, como la de Eduardo Serón y Melé Bruniard. «Todo era distinto para mí, y su obra era distinta a todo y me maravillaba esa diferencia. Cuando nos casamos, Eduardo me regaló un cuadro suyo; se lo pedí porque lo que hacía me parecía hermoso», dice Bruniard. «Nos consultamos bastante, pero siempre tratando de pensar cómo piensa el otro y ponernos en el corazón del otro. Si no, estás haciendo tu obra», cuenta otra pareja, la de Sergio Camporeale y Delia Cugat.

Un solo retrato quedó sin protagonista: el de León Ferrari. No llegó a tiempo. «Esto es un documento histórico y un homenaje. Por eso no podía parar», dice Messina. Quedaron registradas las palabras de aquel y otros maestros que partieron, como Ary Brizzi, Eduardo Mac Entyre y César López Osornio. Rómulo Macció dejó dicho: «Creo en la vida. Creo en sacar el mundo interior que uno tiene. Tratar de hacer las cosas lo mejor posible». Queda una linda imagen de Rogelio Polesello: «En este momento me siento libre, hago lo que me gusta. Afortunadamente, irradié algo que me llega de vuelta. Entonces es un constante diálogo conmigo mismo, que no para nunca».
«A mis amigas les había dicho: hasta Le Parc en París no paro», le comentó Messina al artista cinético cuando llegó a su casa. Hizo muchos viajes por el mundo y por el país, financiada por un auspiciante (American Express), a través de Ley de Mecenazgo. Los primeros 25 retratos se vieron en 2012 en Buenos Aires Photo, cuando ganó un premio, y cobró impulso su plan de seguir. Y cinco gigantografías acompañaron en un homenaje a maestros el año pasado en Arte Espacio (el viernes abre al público su nueva edición en el Hipódromo de San Isidro, Espacio Darwin). «Me emocioné mucho cuando me dieron fecha para exponer las fotos en el Museo Nacional de Bellas Artes. Es ahí donde los maestros tenían que estar», dice.
«Hay un momento en que la música suena y no se escucha. Sólo una vibración, un ritmo que corresponde al cuerpo. Gaby Messina me capturó en ese momento en que comenzó y cesó mi danza», escribió Alfredo Prior inspirado en su instante frente a la cámara. «Ver y oír a estos sabios echar luz y reflexionar con total libertad sobre nuestra existencia, inspira y sana», anota Santaolalla. Ana María Shua resume así el proyecto Maestros: «Con respeto por el misterio, con esa mirada de artista que le permite ver no solamente lo que hay, sino también lo que falta, Messina se acerca a cada uno de los ciento doce artistas para robarles una brizna de su fuego sagrado, para intentar revelar, al menos en parte, la feroz alquimia capaz de transmutar la nada en creación». Un homenaje merecido a los mayores.
Publicado en La Nación Revista, 14/8/16. Link: http://www.lanacion.com.ar/1927253-el-legado-y-la-atemporalidad
Categorías:Artistas
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