La pasión inabarcable de Aldo Sessa

“Escuchá a Beethoven”, dice Aldo Sessa y acerca a mi oído una vieja cámara Leica M7 con rollo de 35 mm, que lleva su firma tallada en oro. Clac, clac, hace la máquina cuando Sessa acciona el obturador y corre la película, y ese ruido mecánico, aceitado, perfecto, suena como la Novena Sinfonía para los amantes de la fotografía como es este señor alto, elegante y apasionado por su tarea de los últimos 60 años: “Tengo una en mi mesita de luz, y cuando no me puedo dormir hago un par de disparos”.  De día, vive con una cámara lista. Si cambia la luz, corrige el diafragma, a la espera, siempre, de algo que fotografiar.

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Foto: Ignacio Coló/LNR

En su estudio del Pasaje Bollini hay una entrada de carruajes, un cartel antiguo que reza Fiat Lux (Que se haga la luz, en latín), una ventana de la vieja fábrica de cervezas Quilmes que aplastó su Peugeot 504 cuando fue desmontada –sobrevivieron la ventana y Sessa, pero el auto no–, una pila bautismal, una Venus, viejos faroles, pequeñas esculturas, muchas plantas. Se respira un aire de antaño. Pero adentro, reluce en blanco una sala de exposición con sus fotos más icónicas (los tangueros, el mate que pasa de mano en mano, el Obelisco), una vitrina con una colección de máquinas antiquísimas, varios cuartos dedicados al archivo de 2.300.000 negativos, laboratorios de revelado y copiado, un atelier de pintor –también lo es– y estantes con sus 40 libros publicados. El mundo Sessa es bastante más amplio que las fotos que todos conocen, ya clásicas imágenes de la Argentina.

En Nueva York tres editoriales están preparando libros sobre su trabajo, que se publicarán en 2017 y 2018. “La editora me llamó y me propuso hacer una publicación. Le pregunté de qué tema lo quería hacer. Y me dijo: ‘No hay tema, ¡el tema es usted!’ ¿Está segura? ¿Y cómo lo va a ordenar?, pregunté. ‘No hay orden. Voy a poner juntas las imágenes que funcionen. Lo que yo quiero es que cada par de páginas me esté pidiendo que le muestre las siguientes’”, cuenta Sessa. “Mis libros siempre los hice yo, con un tema”, señala la vitrina. Ahí se ven los tomos dedicados a los gauchos, Buenos Aires, el Teatro Colón, el tango, las estancias y los paisajes, y no hay turista que se precie que no se haya llevado uno. Ahora el desafío es buscar al autor detrás del tema: el hilo conductor es el ojo. La noche previa a ver la maqueta con una selección de las 500 fotos que había enviado tuvo miedo: “No sabía si iría al cielo o a un abismo. Pero me proyectaron un libro maravilloso que nunca se me hubiera ocurrido hacer. Lo vi como si fuera de otro, como un lector. Me pareció fascinante”, cuenta.

El segundo libro será sobre Argentina, y se publicará en Nueva York, Francia e Inglaterra en marzo de 2018. Un tercero estará dedicado a Nueva York: “La estoy fotografiando desde 1962. Tuve ya un libro con la editorial Rizzoli, pero éste será un libro muy raro, que me gusta mucho”, adelanta.

Nueva York. Foto: Aldo Sessa.

Nueva York. Foto: Aldo Sessa.

A la entrevista Sessa llega con dos máquinas al hombro: la Leica de los ‘70 que es música para sus oídos y una Rolleiflex de 1973. “Hoy uso máquinas de los años 50. La última vez que estuve en Nueva York, hace poco, llevé a pasear una Leica M4, tan linda, ¡que me paraban en la calle para felicitarme! También uso digitales. Pero hay una cosa muy sensual en las de película. No te acordás qué sacaste. Cuando ves el rollo fantaseás y al verlo revelado… es la hora de la verdad”, dice. En su teléfono de la manzanita también se acumulan imágenes, siempre en blanco y negro: reflejos raros, falsos Le Parc que hace por diversión, sus ocho nietos y Messi llorando en televisión. Vecinos, paseadores de perros, una mariposa, un micro escolar, peces en un acuario. Hay una serie de veinte imágenes en las que estudia la luz sobre una pera. La pera pelada. La pera mordida. La pera ya comida. La pera dentro de una cáscara de naranja. Hay retratos de un plomero y retratos del fotógrafo Alfonso Castillo. Y varias sesiones de autorretratos en el reflejo de una cuchara.

–Y ahora también deambulás por las redes sociales…

–Empecé en octubre del año pasado. Tenía pánico de que me volvieran loco, pero descubrí que es muy manejable. Tengo feedback de gente que no conozco, hay planteos interesantes, comentarios positivos. ¡La difusión es tan grande! Es muy lindo ver que las cosas van solas y viven por sí mismas. Por ejemplo, 22.700 personas vieron esta foto de un pescador en Costanera Norte. “Destaco su sombrero, pantalón chaleco con tiradores y saco sport con pañuelo y diario en el bolsillo por si la espera del ‘pique’ daba tiempo para leer noticias”, comenté. Es de 1959. Agrego explicaciones que la gente me agradece, y es muy divertido. Me da mucho gusto compartir fotos que quizá jamás copié. Esta foto la encontré en una caja abandonada junto con otras 400 de la década del 50. Me encanta mostrar cosas que ya no existen. Tendré además 300.000 fotos digitales, 20.000 con el teléfono. Y ahora estoy sacando con una Polaroid, también.

Siesta. 2016. Foto: Aldo Sessa.

Siesta. 2016. Foto: Aldo Sessa.

–Fotos que no tuvieron destino de libro ni de exposición…

–Y no lo tendrán nunca. En un libro grande tendrás 300 fotos publicadas. En una exposición, 150, exagerando. En mi archivo de más de dos millones de fotos muchas nunca las podré mostrar. Entonces, cuando aparecen esas perlas es muy lindo ver qué movimiento producen en la gente. Por ejemplo, La Siesta, un anciano durmiendo en una plaza, a algunos les pareció muy fuerte. Yo había estado hablando con él antes de que me pidiera que lo dejara dormir una siestita. En esa foto, además, hice un experimento: cargué la cámara mal, con la película entre rodillos y no sobre ellos, y entonces se rayó el negativo con unas rayas negras verticales lindísimas. Al que preguntó, le hice una larga explicación sobre la técnica. Me gusta mucho ese contacto.

–El archivo es el lugar de las fotos perdidas.

–No sufro nada, porque sé que todo es relativo. Estoy acostumbrado. Por ejemplo, Sandro –que vino por media hora y terminó quedándose seis– era muy fácil de fotografiar, porque había hecho muchas fotonovelas. Siempre te tiraba una pose fantástica. Disfrutó muchísimo esa noche en que vino a una sesión de fotos. Después salimos a comer en su Chrysler tapizado de colorado. Vos haces 300 fotos como hice aquella noche y te encontrás con que son sólo tres grandes fotos las que para vos valen. La fotografía es eso: pasa por el mismo filtro que un cuadro. Y podés tener la frustración de no hacer tu gran obra. De cada pintor podemos señalar su gran obra, y después hay centenares que no tienen ese carácter. Lo asumo como algo natural, lo cual no quiere decir que no le tenga un cariño especial a cada situación. Cuando veo una foto, recuerdo todo: el aire, si había viento, si hacía calor, si estuve un rato corto o largo… ¡hasta el olor del aire me acuerdo! Son vivencias que gozás como algo muy personal, porque no podés andar contando a todo el mundo lo que hay detrás de cada foto. Ahora estoy escribiendo textos cortos que no tuve tiempo de escribir en su momento, que son los entretelones.

Louvre Museum. Paris. France. 2014. Foto: Aldo Sessa.

–¿De los retratos también?

–Estoy haciendo toda una revisión. En Estados Unidos una periodista me hizo una nota muy buena, muy conceptuosa, pero decía que yo nunca había hecho un retrato. Por educación me callé, pero apenas puse un pie en el estudio le dije a mi archivista que quería una edición general de mis retratos. Los vamos separando por disciplinas, y así se fue formando un corpus que ahora tiene 1800 fotos. Lo interesante será editarlos. Me gusta la sensación de terra incógnita: no tengo visualizado el conjunto. La próxima etapa es bajarlo a uno o dos pliegos para verlo en papel, que es como me gusta ver las fotos. Al tener todo el desarrollo del trabajo delante de mis ojos puedo tachar, cambiar el orden… y al mismo tiempo voy escribiendo. Me importa que se conozca el alma de una foto, sensaciones, atmósferas. El retrato es el arte de derribar barreras. Al mismo tiempo descubrimos unas cajas con fílmicos de muchas sesiones: ya pasamos las cintas de videos a digital. Y surgieron recortes de prensa, audios de radio y piezas que me hacen recordar más detalles de estas seis décadas de actividad. En la pintura, ya son 70 años. Ha sido un camino muy enriquecedor. En la vida tenés momentos muy diferentes, y todos tienen algo especial para aprovechar.

Uno de sus grandes temas es Buenos Aires. No dejó rincón sin fotografiar. Todos los años va a la Chacarita a ponerle un clavel blanco a Carlos Gardel en su tumba. Despotrica contra el abandono de la Confitería del Molino y el robo del arco del Heracles arquero de Bourdelle. Le encantan los árboles: a sus ejemplares más queridos, sobre los que Silvina Ocampo escribió y él fotografió, los visita regularmente para ver si cambiaron, si están o no están.

–¿Cambió mucho la ciudad?

–¡En el homenaje a Gardel ahora dejan cantar a cualquier desafinado! Desde hacía veinte años que no se podía cantar porque nadie se le puede comparar. Siempre somos los mismos, y tengo amigos a los que les llevo fotos de recuerdo de regalo. Me siento bien haciendo eso. Las cosas van desapareciendo y van apareciendo nuevas, y también uno va cambiando, y va viendo belleza, interés, rareza en lugares donde antes no reparaba. Uno cambia mucho. A mí me interesa mucho la gente, lo popular, y escarbar el alma de Buenos Aires. Recuerdo recorrerla en auto escuchando un tango, y ver esa música en todos lados. Buenos Aires tiene el encanto de tener un catálogo arquitectónico impresionante… es extravagantemente loca, y me encanta pescar todos esos rasgos. Es una suma de pequeñas cosas que hacen una gran ciudad, que no se parece a nada. Se parece a sí misma. En un barrio hay una casa brutalista en piedra, al lado de la casita inglesa, al lado de una italiana, al lado del edificio fuera de reglamento. Todo ese cocoliche es un tema inagotable. Lo mismo que sus flores, sus hojas, los reflejos. Vuelvo siempre por más. Hago también un trabajo muy selectivo de gente que me interesa fotografiar. La fotografía es una colección de expresiones. Y la única clave de la fotografía es aprender a ver. Mirar, sentir… ¡clic!

Signboards and Obelisk. Downtown. Buenos Aires. Argentina. 2011. Foto: Aldo Sessa.

Signboards and Obelisk. Downtown. Buenos Aires. Argentina. 2011. Foto: Aldo Sessa.

–¿Tu pasión es la memoria histórica?

–Me interesa lo documental, y estoy tratando de desviar ese material para ayudar a instituciones. Por ejemplo, a la institución Art Decó les pasaré mis fotos de registros de ese estilo en la ciudad. Los retratos de Quinquela Martín se los di al museo que lleva su nombre en La Boca. El problema de este país es que es muy difícil dejar nada en manos de nadie: se lo roban. Me ha pasado que me han traído para venderme un álbum de fotos y al pedir un recibo me dicen que no pueden dar porque parece que el director de un museo lo sacó de un lugar; desecha la operación, bajo amenaza de denuncia si no volvía el álbum al museo. El día en que Manuel Mujica Laínez donó el texto de El gran teatro al Colón yo estaba con él, y me dijo: “Nunca dejes de controlar que siga acá”. Yo sigo controlándolo. Sigue estando. Por eso estoy formando una fundación, para dejar resguardada y al alcance del público toda mi colección de cámaras de los siglos XIX y XX, y de fotografía antigua argentina y latinoamericana. Tengo 350 daguerrotipos. Es un patrimonio histórico del país, y no me puedo arriesgar a que vaya a parar a la casa de alguien. Por eso nunca vendería por ninguna cifra una de esas fotos. No hay nada que yo más quiera que eso. Grandes amigos se han transformado en referentes en la historia de la fotografía, como Abel Alexander y Luis Príamo, y están haciendo maravillosas publicaciones. Es un hecho que la Academia de Bellas Artes –de la que formo parte hace 26 años– haya incorporado a Juan Travnik recientemente como otro fotógrafo.

–¿Qué lugar crees que te reserva la historia del arte argentino?

–Yo creo que la historia del arte tiene altibajos. Todo tiene bastante que ver con quien escribe. Pero no me preocupa. Tengo la suerte de estar trascendiendo muy bien. Tengo obra en la National Portrait Gallery y el Museo Victoria and Albert de Londres, y en el Whitney Museum y en el MoMA en Nueva York, y en otros 55 museos. La opinión será más internacional que nacional. No sé…

–¿Te tildan de clásico?

–La fotografía que yo muestro es clásica porque es lo que me piden. Pero yo experimento muchísimo. Esa foto es de 1958 –un edificio envuelto en llamas rojas–. Me interesa mucho probar cosas. El artista va cinco vocabularios más adelantado que la Academia de Letras. ¡Es tanto lo que tiene cada uno para mostrar! El problema de la artista es seguir creando. Yo trabajo hoy tan fuerte como cuando tenía 18. Y no termino cuando me voy a mi casa, sino que sigo pensando, escribo… A lo mejor no saco fotos pero miro, analizo cosas que veo. Cuando vos tenés la consciencia de que has hecho todo lo que podías, no te pueden juzgar.

–¿Quiénes son tus referentes?

–Hay muchas fotos que con sana envidia me habría gustado sacar. Me encanta André Kertész, un fotógrafo muy exquisito, anterior a Cartier Bresson, pero a diferencia de él que se ancla más en el documentalismo, Kertész se queda instalado en el arte. No es esto una crítica a Cartier Bresson, que tiene de maravilloso que cada foto sea una historia que está ahí, todo en suspenso y funcionando. Yo tal vez por una formación más artística estoy más consustanciado con la exquisitez de Kertész, a quien admiro por la delicadeza y la finura de sus fotos, y su poder de observación.

Pitgeons. Goreme valley. Capadocia. Turkey. 1997. Foto: Aldo Sessa.

Pitgeons. Goreme valley. Capadocia. Turkey. 1997. Foto: Aldo Sessa.

–Sos miembro honorario del FotoClub:  ¿para algunos fotógrafos es mala palabra?

–Yo estaba en el FotoClub Argentino apoyando con charlas que iban en contra del FotoClub: les decía a los estudiantes que fueran a crear solos. Que aprendieran los rudimentos de la técnica porque la técnica no es nada, y aprendieran a ver, desarrollasen su mirada por su cuenta. Yo estudié en el FotoClub dos años, y cuando mis fotos se volvieron tan abstractas que no las consideraban, me fui. Nunca gané ningún premio ahí, ni me interesaba. Fue mi primera forma de conectarme con la fotografía cuando tenía 17 años. Pero yo tenía un antecedente muy importante, por el que digo que tengo revelador en las venas: mi abuela materna fundó los Laboratorios Alex de cine en 1928. Mi abuela y mi mamá sabían revelar. Pero yo tenía pánico de que la fotografía fuera algo muy tecnológico, porque era muy malo en matemática. Nunca supe nada. Entonces le pedí a un amigo mío que tenía una Leica si me la prestaba para dar una vuelta a la manzana, y en ese paseo saqué una foto, que podría haberla sacado ayer, y me embalé con la fotografía. Pronto tuve mi primera cámara: una Agfa Sillet. Después mi madre me financió una Exakta Varex, muy buena en ese momento, y empecé a hacer laboratorio. Todavía hoy estoy muy detrás de las copias, pero estoy muy contaminado de pintura y de líquidos. Me hacen muy mal. Veo cada prueba y cada copia. Ahí es cuando se cristaliza el sueño. Yo soy un fotógrafo de la guardia vieja, porque necesito tener una copia en la mano. Me interesa la imagen unitaria, aunque provenga de una serie. La foto. Si un día hago 40 fotos de cosas diferentes, siempre estoy buscando la foto.

–¿Estás pintando?

–Dibujo… dibujo fotos que quiero sacar.

Foto: Ignacio Coló.

Foto: Ignacio Coló.

Publicado en La Nación Revista, 7/8/2016. Link: http://www.lanacion.com.ar/1924490-la-pasion-inabarcable-de-aldo-sessa

Ignacio Coló y Aldo Sessa, duelo de fotógrafos. Foto: MPZ.

Ignacio Coló y Aldo Sessa, duelo de fotógrafos. Foto: MPZ.



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1 respuesta

  1. ¡ Gracias Aldo Sessa! Tu pasión me trastoca.

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