Lo sagrado toma cuerpo en las piezas precolombinas que se exhiben desde mañana en la Abadía y que llegan a nuestros días por casualidad: sobrevivieron a 2500 años de lluvias y sequías del Noroeste Argentino, a los huaqueros o profanadores de tumbas y están en exposición porque no las compró un coleccionista extranjero sino uno argentino, Francisco Hirsch, cuando todavía no era delito.
Las más extraordinarias y valiosas de esas 250 piezas componen hoy la muestra Las formas de lo sagrado, curada por la experta María Alba Bovisio, que da cuenta de los ritos chamánicos, el culto a los ancestros y otras creencias del mundo andino antiguo (del 500 AC al 1400 DC). Más de 60 objetos que plantean más preguntas que respuestas, pero que abren una puerta a la cosmovisión de los pueblos originarios.
La colección Hirsch tiene un piso para su exhibición en el Palacio San Martín, desde que el canciller Guido Di Tella la cobijó en 1998, pero es muy poco visitada. Por eso, el mayor esfuerzo del Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos de la Abadía fue el montaje moderno y atractivo en cuatro salas, que incluye efectos de luz, sonido y temperatura, fotografías, textos claros y efectivos. “Intentamos llegar al objeto arqueológico desde la visualidad de un objeto de arte bello, que explicite sus funciones rituales y se comunique sensorialmente con el público”, dice Teresa Pereda, artista y directora del espacio.
En piedra, metales y cerámica los antiguos pobladores crearon objetos que hoy se disfrutan como obras de arte, pero que en su tiempo tuvieron otras funciones para la vida, el más allá y la guerra. “La intención es mostrar la diversidad y la complejidad del arte prehispánico del Noroeste argentino”, dice Bovisio. “Son todos objetos excepcionales porque hay muy pocos, realizados con una técnica compleja y muy particulares en su iconografía”, señala. Las piezas proceden valles y sierras de Catamarca, La Rioja y Tucumán, y todas se relacionan con las wakas, que es todo lo sagrado: puede ser desde una montaña hasta una figurita tallada con meticulosidad. “Se relacionan con el ancestro en sentido amplio, como el origen de la vida del grupo, también en sentido amplio: hombres, animales, plantas, todo lo que vive en el territorio”, explica la historiadora e investigadora.
La primera sala se dedica a objetos de prestigio, como un conjunto de vasos ceremoniales de piedra y dos Suplicantes, figuras humanas en piedra de las que hoy se conocen treinta piezas, y son una proeza técnica, talladas, pulidas y perforadas con instrumentos también líticos. En placas de bronce aparecen felinos y saurios –jaguares y pumas, serpientes, lagartos y yacarés–. “Son animales vinculados al chamán con poderes suprahumanos que los relacionan con las wakas: cazadores crepusculares, con capacidad de mimetizarse y volverse invisibles, con armas en su anatomía, como garras, colmillos, veneno”, señala.
Hay tres piezas que llegaron del Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Entre ellas, un nunca antes visto menhir –pequeño monumento de piedra– que dormía a la sombra del depósito, y no a la intemperie como los que se exhiben en Tafí del Valle, Tucumán. En sus emplazamientos originales, señalaban el territorio, como dobles en piedra del ancestro. En el blanco de la sala se ven los Andes y se escucha el silbido del viento. Hace un poco más de frío. Otro de los hallazgos es una figura de piedra andrógina: de un lado es femenina y del otro, masculina (para la sabiduría andina, los contrarios no se oponen, sino que coexisten en armonía en la dualidad).
“El curaca o chamán ejerce su autoridad en tanto representante de los ancestros, y hay objetos cuya posesión da cuenta de su rol y sus funciones políticas y religiosas”, señala la curadora. Con sonidos de grillos y chicharras, se ven objetos que fueron parte de ritos de transformación: pipas y tabletas necesarias para el trance del chamán a base de alucinógenos como la semilla del cebil y morteros para su preparación.
Delante de llamaradas proyectadas en la pared relucen campanas, discos y hachas de bronce que dan cuenta de la práctica de la cabeza trofeo –decapitación del enemigo– o el culto a la cabeza de los ancestros: las tumbas eran abiertas, y a veces los restos participaban de la vida cotidiana. Vida y muerte no eran opuestos.
El aura del objeto milenario y sagrado, su enigma, está intacto en los objetos de las vitrinas. A simple vista, vinculan con el pasado y un más allá en dos planos… que no es lo mismo pero es igual. ¿Para qué se usaba esa máscara? ¿Qué representa esa cabeza de labios entreabiertos? ¿Quién dio forma a esta figurita taciturna? Quedan muchas incógnitas porque las piezas no fueron halladas en su contexto por arqueólogos de pincelitos y fichas minuciosas, sino saqueadas. Ese es ahora el arte de los científicos: leer en los objetos lo que tienen para decir del pasado.
Datos: Las formas de lo sagrado. Arte precolombino del Noroeste, en el Centro de Arte La Abadía, Gorostiaga 1908, abre al público el sábado a las 12 y permanecerá abierta hasta el 30 de octubre, de martes a domingos de 12 a 20. Entrada: $ 50 (los miércoles, libre y gratuita). Para jubilados, $ 30; estudiantes, 2×1, y personas con movilidad reducida, gratis. Visitas guiadas los sábados y domingos a las 16.
Publicada en La Nación, Cultura, 26/7/16. Link: http://www.lanacion.com.ar/1921808-el-valor-se-aprecia-2500-anos-despues
Categorías:Muestras, ferias y bienales
Me encanta. Besoos ana
Me gustaMe gusta