NUEVA YORK. Picasso pintó más de 4000 cuadros, y algunos son los más icónicos del arte del siglo XX. Pintaba y vendía prolíficamente desde sus comienzos y algunos cotizan hoy cifras astronómicas. Pero las esculturas, no. Mostraba un puñado, a veces, en sus exhibiciones y rara vez las vendía, porque con las esculturas tenía otra relación: convivía con ellas, las vestía y es fácil imaginarse que también les hablaba. Ocupaban buena parte de su residencia en Francia. Hay una foto de 1954 tomada por Lee Miller en la que Picasso carga estrafalario niño de Mujer con carrito de bebe (1950). Lo acuna entre sus brazos y lo besa en la mejilla, entre la risa y el afecto.
Por eso, y porque permiten conocer su obra en tres dimensiones, es un gran aporte la muestra que recorre más de 60 años de escultura del maestro en el Moma, Picasso Sculpture. En la escultura era otro, más libre, lúdico y experimental. Pero era el mismo, y el ida y vuelta a lo largo de su trayectoria de la pintura a la escultura es fascinante.
Las señoritas de Avignon se adivinan es sus siluetas femeninas dinámicas llevadas al bronce y en los tótem de madera se ve su profunda influencia africana. La etapa cubista se revela en una manzana facetada de 1909. Y está el perfil principal del Guernica en tamaño monumental, como el cuadro, pero en yeso. Su acercamiento a la escultura era autodidacta y esporádico, pero constante en el tiempo, como se puede ver en la primera retrospectiva centrada en esta disciplina en 50 años en esta ciudad, con 140 piezas pertenecientes a colecciones públicas y privadas. Justamente porque conservó a la mayoría con él hasta su muerte, 50 piezas provienen del Museo de Picasso de París, que conserva su legado.
Su escultura no atraviesa las mismas etapas que su pintura, pero sí cambia a lo largo de las once salas que ocupa la muestra en herramientas, materiales y procesos que va descubriendo, influido por sus mudanzas, nuevas musas o colaboradores técnicos. Ordenadas cronológicamente, van de 1902 y 1964 y sólo las secunda una serie de dibujos que son más bien bocetos de esculturas y las fotos que tomó Brassaï para el diario surrealista Minotauro, de piezas seleccionadas por Picasso, como las tres piezas recortadas en papel que por ese motivo integran la muestra. Para poner en relieve las obras, toda la muestra permanente del Moma subió un piso, para dejarle el 4, más espacioso, a las esculturas. Y para evitar cualquier distracción a los visitantes en las salas no hay cartelas. Sólo un texto que describe la etapa. Las audioguías y los folletos cumplen su función, pero las esculturas hablan por sí solas, invitan a girar en torno suyo y motivan más fotos que la pintura (es fácil entender la manía del malagueño de tomarlas por seres vivos).
El recorrido comienza con su primera escultura a los 20 años, Mujer sentada (1902) y algunas cabezas más bien figurativas. El quiebre se ve en 1909 con la etapa cubista claramente reflejadas en una cabeza de mujer de bronce y una manzana de yeso. Anticipan las naturalezas muertas y las guitarras de la sala siguiente, donde quiebra la escultura tradicional de trabajo sobre material virgen, para experimentar con la suma de materiales reutilizados. Incluye el espacio negativo en el trabajo de cortar, doblar y tratar planchas de metal. Le sigue la sucesión de los seis Vasos de Absenta (1914), reunidos por primera vez desde la primavera de 1914, cuando Picasso los creó como seis bronces únicos, cada uno con policromías diferentes e incorporando cucharas reales, sobre las que modeló terrones de azúcar. Son piezas híbridas, que rompen el molde de la serialidad en el bronce.
“Cambia con una asombrosa plasticidad y muchas veces sus experimentaciones están relacionadas con las que lleva adelante en sus pinturas”, explica Luise Mahler, curadora adjunta y autora de un extenso ensayo incluido en el catálogo de la muestra. “Elegimos cada pieza muy conscientemente entre 700 para mostrar la mayor variedad y diferentes grados de experimentación y innovación”, señala. Grandes estrellas de la exhibición son las desarrolladas para el monumento para la tumba de su gran amigo, el poeta Guillaume Apollinaire, que le fue encargado en 1920. Picasso quería lograr «una sólida estatua de nada, como la poesía y como la gloria», como había descrito el poeta en un verso, pero los comisionantes no entendieron y tras doce años de rechazos, Picasso desistió. Quedaron una serie de figuras surrealistas etéreas en metal pintado de blanco, como Mujer en el jardín (1929) y unas obras de alambre que son dibujos en el espacio, entre otras maravillas. Le hacen justicia.
En ese período trabajó junto con el escultor Julio González, de quien aprende varias técnicas. Cuando se muda al Château de Boisgeloup por fin tiene espacio para desplegar a sus creaciones. Talla figuritas estiradas en madera o hace enormes bustos caricaturescos en yeso. Poco después comienza a experimentar con imprimaciones al yeso mediante objetos de uso cotidiano. Luego los suma: la Cabeza del guerrero (1933), por ejemplo, tiene incluidas dos pelotas de tenis como ojos. El humor es una constante: el guerrero tiene un perfil imponente, pero del otro lado su cara está disminuida y provoca risa. Varias de las piezas de esta serie acompañaron la primera exhibición del Guernica, en 1937, en el pabellón español de la Feria Mundial de París.
Los años de la guerra, en los que Picasso permanece en la París ocupada y es designado “artista degenerado”, se reflejan en una escultura que retoma el bronce, densa y oscura como la Cabeza de muerte (1941). Totalmente distintas de la etapa siguiente, cuando tras la liberación vuelve a la costa francesa. Entonces, descubre la cerámica y expande sus límites. No hace sólo vasijas sino que las une para modelar figuras como Toro parado (1947-48) o incorpora vasijas rotas para dar forma a Mujer embarazada (1950), la suya. Inspirado en la antigüedad clásica y romana, avanza con experimentación en el assamblage.
Esto se intensifica a partir de 1950, cuando incorpora vidrios, madera y objetos a sus yesos e incluso a sus bronces, como en la icónica Chiva (1950) que suele estar en los jardines del Moma. El naturalismo siempre está: cada figura, por más estrambótica que resulte, es un objeto, una persona o un animal reconocible. “Parece más real que una cabra real”, dijo de ella, orgulloso, su autor.
Para 1955 Picasso se muda nuevamente y cambia de mujer. En la elegante La Californie, en las afueras de Cannes, no encuentra desechos tan fácilmente, y recurre al cartón corrugado para sumar texturas a sus yesos, y a la madera para conjunto de figuras Los bañistas (1956). La última sala corresponde a algunas de las 120 piezas de plancha de metal que produjo en 1957. Algunas sirvieron de modelo para monumentos a gran escala como Sylvette (1968), erigido en la entrada de la Universidad de Nueva York y el que preside el centro cívico de Chicago.
Picasso nunca para de investigar. “En escultura es más un artista que un maestro, y son más accesibles. No necesitó desaprender las reglas para romperlas porque no las conocía. Se lo ve libre, y lo más inspirador es que nunca dejó de reinventarse como artista, explorando nuevos materiales”, señala Mahler. En estas esculturas, Picasso es divertido. Juega. Se aventura. Da gusto verlo.
Publicada en La Nación, Cultura, 12/12/15. Link: http://www.lanacion.com.ar/1853576-picasso-3d-obras-de-un-artista-mas-libre-con-el-mismo-genio
Categorías:Artistas
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