«En Buenos Aires no hubo una muestra de fotografía latinoamericana tan grande y tan fuerte, nunca», dice Juan Travnik. Aquí nos vemos. Fotografía en América Latina 2000-2015 reúne a 68 autores de la Argentina, México, Brasil, Perú, Paraguay, Uruguay, Cuba, Colombia y Chile, con curaduría de tres reconocidos referentes del medio, Travnik, Adriana Lestido y Gabriel Díaz. Y es bastante impresionante. La consigna fue reunir por afinidades imágenes de no más de 15 años de esta porción del planeta. El título es prestado de un libro de John Berger y refleja la condición de espejo de América latina que tienen estas fotos que estrenan dos salas del Centro Cultural Kirchner (CCK). «Fueron seis meses de trabajo, donde buscamos un diálogo entre consagrados y nuevos autores», dice Lestido. Los curadores aclaran: no es un seleccionado de los mejores ni pretenden abarcar a todos los países. «Encontramos obsesiones y temas recurrentes», comenta Díaz.
Entre los convocados hay figuras internacionales, como Maya Goded, Milagros de la Torre, Miguel Río Branco y Graciela Iturbide, y también representantes de distintas provincias, como Héctor Río, Julio Pantoja, Marcelo Abud y Hugo Aveta, muchos presentes en la multitudinaria inauguración porque, como rara vez ocurre, los artistas fueron invitados por la organización. «Un momento de unión muy importante, muy hermoso», describe Guadalupe Miles. Cuando Travnik se emocionó en el discurso inaugural, no fue el único.
Las imágenes, de gran tamaño, admiten diversidad de técnicas y van de lo conceptual a lo experimental, de lo plástico al documentalismo. Pinturas sociales de Marcelo Brodsky, Rafael Calviño, Jorge Sáenz y Dani Yako. Arquitecturas desiertas de Esteban Pastorino, Hugo Aveta y Facundo de Zuviría, e interiores deshabitados de Lena Szankay. Retratos metafísicos de Eduardo Carrera, Res y Mariela Sancari, y retratos tierra adentro de Miles y Luis González Palma. Están los boxeadores de Diego Levy y las Madres de Plaza de Mayo de Marcos Adandía. Autorretratos como los de Oscar Pintor y Carlos Bosch. Familias de Verónica Mastrosimone, Valeria Bellusci, Cecilia Reynoso y David Fernández. Del blanco y negro profundo de Christian Cravo, Paula Luttringer y de la gran documentalista chilena Paz Errázuriz a coloristas como Marcos López y Alejandro Chaskielberg. Fotógrafos muy jóvenes, como Nahuel Alfonso. Y maestros de fotógrafos como Eduardo Gil, Ataúlfo Pérez Aznar y Alberto Goldenstein. Tantos y tan buenos, que muchos no aceptaron el desafío que propuso esta nota: elegir una imagen entre más de 300.
«Hay temas comunes como diálogo, identidad, memoria, que se fueron constituyendo en ejes, porque no escribimos un guión y después buscamos llenar los casilleros, sino que partimos de las imágenes, buscando una voz común», explica Travnik. «Lo que encontramos es una gran diversidad que arma un todo. Miradas muy distintas sobre una misma historia», dice Lestido.
¿Existe un rasgo que defina a la fotografía latinoamericana? «Comparada con la de Europa y Estados Unidos, que son las más difundidas, en América latina encontramos una cuestión más visceral, más de adentro, emotiva, orgánica», reflexiona Travnik. «Es bien vital», agrega Lestido.
En un mes, en el CCK se terminó de construir La Gran Lámpara. Vistas de afuera las dos salas son eso: una enorme estructura blanca iluminada desde adentro que cuelga del techo. Faltaba el piso, el durlock perimetral y de los paneles, iluminar, imprimir, enmarcar y montar. «Ahora estamos calibrando las condiciones de climatización. Trabajamos en tiempo récord, pero con un presupuesto acorde para una muestra compleja de producción, donde se puso toda la atención en la calidad», dice Gustavo Vázquez Ocampo, que llegó al CCK desde el departamento de museografía del Malba, lo mismo que Fernando Brizuela. «Inauguramos 1500 m2 para el arte, con curadores y equipo de lujo», reconoció Liliana Piñero, a cargo del área de exposiciones.
El 80% de estas fotos llegó por mail. Se imprimieron en tres laboratorios y se enmarcaron de manera consensuada entre curadores y autores. «Nos instalamos al lado de los impresores y marqueros los últimos treinta días. Le pusimos mucho esfuerzo y mucho amor», cuenta Lestido. Para el brasileño Río Branco esto fue una solución: «Estoy feliz de integrar una muestra tan sólida. Mis fotos fueron impresas acá, porque hay una gran burocracia entre los países del Mercosur. La tecnología ayudó».
Los artistas podrán retirar, donar o destruir las copias cuando la muestra termine de itinerar por el país. «Es un trabajo impecable, que espero que viaje por todos los países. Un ejemplo. Nos permite conocer en vivo obras que quizás habíamos visto en libros», observa la mexicana Iturbide. «Con esta amplitud he visto pocas exposiciones. Hay fotógrafos de distintas generaciones y países. Me sorprende que siga habiendo bastante foto directa, además de mucha experimentación. La fotografía se ha abierto mucho, pero siempre pensé que lo que sirve es que te haga sentir algo», analiza Pintor. Travnik coincide: «Si alguien sale transformado o siente que algo le pasa por dentro nos damos por satisfechos».
Diez fotos, elegidas por diez fotógrafos. Cada imagen fue elegida por un colega.
Hugo Aveta (Argentina), Calle 30 nº1134, 2008. Fue elegida por Eduardo Gil: “Sin descuidar la potencia y la limpieza en la resolución visual, tiene fuertes componentes performáticos y conceptuales”.
Helen Zout (Argentina), Jorge Julio López, 2000. “Una gran foto, por su significado político y su sensibilidad”, dice Carlos Bosch. “Cuando la veo siento algo en el pecho”, coincide Jorge Sáenz.
Carlos Bosch (Argentina), Autorretrato, serie Los miedos, “Es increíble cómo logra mostrar una faceta de la sociedad al ponerse en el lugar del otro”, explica Daniel Muchiut.
Miguel Río Branco (Brasil), Barro, 2005. “Toda su obra es muy contundente. Extraordinaria. Es de lo mejor de la fotografía latinoamericana contemporánea”, dice Facundo de Zuviría.
Milagros de la Torre (Perú), El final (cianuro), “Sus objetos relatan una historia mórbida, oscura. Son fotos que hablan de un final horrible y de que no hubo una buena relación con la vida”, analiza Nuna Mangiante.
Maya Goded (México), De la serie Desaparecidas, 2006. “Es una síntesis muy elocuente entre la vida y la muerte. La intensidad de sus colores, y la importancia de la fotografía en los recuerdos, la memoria y la construcción de un hogar. Hay poética dentro del drama”, dice Helen Zout.
Martín Felipe (Argentina), Los días y las noches, 2010. “Es mucho más de lo que ves, actúa como un disparador y escarba en lo profundo de cada uno. A mí me recuerda una pesadilla recurrente”, explica Fernando Gutiérrez.
Alessandra Sanguinetti (Argentina), de la serie Las aventuras de Guille y Belinda y el enigmático sentido de sus sueños (2001-2015). “Todo su trabajo tiene mucha perseverancia. Sostiene la relación con sus retratadas en el tiempo. Y logra una de las cosas más difíciles: transmitir intimidad”, pondera Santiago Porter.
Graciela Iturbide (México), Mérida, 1998-2008: “Crecimos mirando su trabajo, nos formamos con ella. Es un orgullo compartir esta exposición”, dice David Fernández.

Policias antimotines cabalgan luego de desalojar ocupantes de terrenos municipales en Asuncion, Paraguay, 6 de diciembre de 2011. Mas de 400 familias fueron expulsadas. (AP Photo/Jorge Saenz)
Jorge Sáenz (Argentina-Paraguay), de la serie Clases, Paraguay, 2003-2013. Es la preferida de Marcos López: «Tiene cierta relación cromática, emocional, y socio política con La vuelta del malón de Angel de La Valle y con algo de Cándido López. El tema del caballo en la historia argentina, los colores del cielo, los músculos, el documento socio político. Una fotografía tomada desde un punto de vista y una actitud absolutamente periodística, documental que se engama, se transmuta de un modo alquímico con la historia de la pintura argentina. Se mimetiza. La fotografia de Jorge Saénz dialoga en un plano superior, transversal, con la historia de la pintura argentina. No trata de ser pictórica. Es pictórica “ a pesar de”. Repito: es pictórica sin traicionar su esencia de documento fotográfico. El caballero de Sáenz se convierte en el cacique que lleva a la cautiva de la obra de Angel de La Valle y al mismo tiempo es la encarnación viva de la estatua ecuestre del conquistador Pizarro y al mismo tiempo remite al súper héroe del polo argentino Adolfito Cambiasso a punto de hacer un gol con su equipo de La Dolfina, o la Ellerstina, o como se llame, en los campos de polo de Palermo. Cuando estamos ante una gran imagen, los cruces se multiplican: el caballero de Saenz, además, sea posiblemente bisnieto del cacique Calfucura, o primo del tataranieto, atropella con fuerza de conquistador a sus hermanos, tal vez Aymaras, Guaraníes o Tobas mezclados con nietos de gallegos o polacos. La historia de las estatuas ecuestres de occidente confluye morfológicamente, gestualmente, en nuestro caballero andante del magnánimo Sáenz. El Atila de la periferia remixado con Carlos III de España y con algo de la estatua de Juana de Arco, la doradita, que está en París, enfrente del Carrousel del Louvre. La forma del caballero y su caballo, remite exactamente a decenas de estatuas célebres estatuas ecuestres de reyes y conquistadores. Pero este caso hay un dato clave: nuestro patotero montado es igual a la estatua de Pizarro el conquistador del Perú, que está en Lima, y es una copia de la que está en Cáceres, en España. Relaciones transpersonales que se encarnan en las grandes obras. El contrapunto de la carpa rosada, una especie de sobrecama sostenida por 4 palitos, juega en tensión con el policía armado.
Publicada en La Nación, Cultura, 24/9/15. Link: http://www.lanacion.com.ar/1830583-diez-fotografos-eligen-las-diez-mejores-fotos-de-america-latina
Categorías:Artistas
Muchas gracias por la nota. Saludos!
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