Rositas apretadas, pétalos etéreos, cadenas de hilo… la joyería textil de Marina Callis es un prodigio artesanal. Con paciencia, precisión y creatividad es capaz de hacer con tela, una tijera, aguja e hilo, collares que visten o pequeñas esculturas para ser usadas. En el límite entre el arte y el diseño, su colección se exhibe en la planta baja de la galería de arte Praxis (Arenales 1311), que inaugura así un espacio para el diseño de autor. Y también se venden en las tiendas de museos como el de Arte Contemporáneo de Chicago, el Walker Art Center de Minnesota y el de Arte Decorativo de París.
Su colección es fresca, sofisticada y con una fuerte identidad. Los géneros aportan suavidad, pero no restan impacto. Callis se inspira en el contacto con las texturas, sopesa la rigidez o flexibilidad, y se deja llevar por el estímulo de los colores. Pliega cintas en acordeones sólidos, o envuelve rasos con el abrazo sobre sí mismas de las rosas. “Están hechas con amor”, dice. Incluso los ganchos de cierre son de tela, por lo que tiene una legión planetaria de alérgicas al metal que la veneran. “Me gusta que mis piezas sean amigables con el cuerpo”, dice.
Formada en joyería en metal, es discípula de Jorge Castañón y siguió su propio camino autodidacta en tela. También es médica, pero no ejerce, fascinada como está con este otro mundo. “Empecé haciendo tejido con piedras, pero me aburrieron. Por eso empecé a experimentar con los retazos que tenía a mano. Me fui volviendo detallista, exigente y fui armando mi identidad. Ahora no puedo salir”, cuenta. Trabajó varias marcas comerciales, y desde 2004 presenta colecciones con su apellido. En 2012 fue Primer Premio en Joyería Contemporánea en Puro Diseño.
En el Patio del Liceo (Av. Santa Fe 2729) tiene un local en planta baja y su taller en la planta alta (si no está en un piso, está en el otro creando con bebe a cuestas, como buena mamá canguro). Es enemiga de la plancha, pero además de su costurero usa herramientas como el encendedor y, desde hace poco, la máquina de coser. “Las manos, sobre todo, las manos”, dice. El lujo como aquello que lleva el tiempo y la calidez de una mano experta. Sus materias primas: bies de algodón, gros, organza, tartán, codón de raso, gamuza, ribb de algodón, cinta picot, voile…. Plisados, plegados, enroscados, cosidos. Configura formas geométricas u orgánicas, guiada por la intuición: un acordeón, una serpentina, una flor. Se fusionan con la vestimenta y los collares a veces actúan como cuellos.
Por el mundo, Callis está en el Victoria & Albert Museum de Londres, y en tiendas estadounidenses como Urban Outfitters y Anthropologie. “Para Londres, lo más clásico, negro, rojo y crudo. Acá hay más variantes, aunque suelo trabajar con una paleta más bien neutra. En Nueva York se animan más con los accesorios para el pelo: vinchas, tocados… Para Tokio me han hecho los pedidos más jugados, con colores más estridentes”, cuenta. Los precios no son siderales: collares desde $300 a $900; aros, entre $90 y $400.
Publicado en La Nación, Moda&Belleza, 21-5-15
Categorías:Moda
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