Al museo se va a mirar. Y cada vez más, a participar. En este momento, en Buenos Aires, hay muestras de arte para oler, tocar, escuchar y degustar, en museos y galerías de arte. Obras de arte que dan hambre y sed, una mujer de mosaicos para acariciar, cantos de ranas y sapos, cuadros para tocar… La exposición de Martín Bonadeo en la galería Praxis es, más que nada, para olfatear. Los dibujos de Vórtices aromáticos están dentro de cajas de madera con tapa de vidrio, que hay que abrir, meter la nariz e inspirar: madera, chocolate, talco, menta, citrus… Los espirales y otras formas abstractas exhalan aromas y disparan recuerdos. Se intercalan con fotos de perros que asoman los hocicos debajo de portones, que arrancan sonrisas: en este ejercicio de sabueso, es imposible no sentirse identificado. Más allá, dan ganas de abrazarse fuerte a un collage de alfombras: tiene esa colonia de los abuelos. Otra es un viaje en el tiempo: oliendo el Anaïs Anaïs se tienen, sí o sí, 15 años.
En una mesa, espera una caja con frasquitos que el perfumista de Patrick Süskind envidiaría, que son la esencia –o el extracto– de Buenos Aires: cuero, jacarandá, pasamanos, pavimento, basura, labial… “Yo tenía una lista de más de cien aromas de situaciones muy características. Pero además usé las redes sociales para preguntarle a la gente a qué huele Buenos Aires. Me respondieron más de 400 personas. De los más repetidos y los que más me gustaron hice una lista de 50 aromas que luego le di a tres perfumistas distintos para que los desarrollaran. Cada uno me entregó unos 20 perfumes, y de esos 60 seleccioné los once que para mí estaban mejor logrados, los que más me transportaban”, explica el artista. Se quedó con ganas de sintetizar en una fragancia la garrapiñada y el asado de obra. Bonadeo hizo su tesis de doctorado sobre comunicación olfativa, y hace tiempo empezó a convocar perfumistas para trabajos en colaboración: la primera vez fue hace diez años, cuando sumó olor a madera podrida en agua de mar a una instalación en el Malba. “La experiencia olfativa es altamente idiosincrásica”, dice Bonadeo.
Se ve el corazón pero nunca las caras, en cambio, es para escuchar y hablar. Son tres instalaciones sonoras de Nico Diab, músico y artista sonoro, y compositor para muchas otras áreas, que se escuchan en Espacio Ecléctico. La primera, Elefante, es un tubo largo como una tropa, al que se debe acercar la boca para emitir un sonido. Volverá ampliado y multiplicado a través de una cortina de vinilo con 49 parlantes diminutos. El resultado es un collage sonoro en el que superponen los aportes de los participantes. Otra sala está a oscuras, y esta vez, doce tubos transparentes e iluminados que cuelgan del techo se deben arrimar a la oreja para escuchar. “Son registros sonoros que vengo recopilando intencionalmente desde hace veinte años. Hay escenas de la vida cotidiana, acontecimientos inusuales, instantáneas de la calle, viajes, el nacimiento de mi hija, una compra al ferretero, discusiones en una partida de dados, la actividad de la tripulación de un barco que encalló e infinidad de cosas más. Periódicamente voy alimentando la obra”, dice el artista.
Define lo suyo como fisgoneo sonoro o poner un vaso en la pared. En el jardín, entre laureles y durazneros, hay otra instalación que no se ve. “Son paisajes apócrifos, como un pantanal o un bosque creados a partir del sonido de una plancha de corcho al ser frotada con un trozo de plástico, y esas cosas. También hay sonidos naturales pero procesados, como unas ranas en Tandil y unos sapos del Titicaca”, explica Diab.
Otra pieza muy auditiva es Nocturno, la Diana Schufer, en la muestra Amor, de la Casa Nacional del Bicentenario. También a oscuras, con leve luz azul, hay que elegir una de las once pelotitas parlantes que parecen suspendidas en el aire para llevarse al oído y escuchar una historia de amor. Desengaños, encuentros, infidelidades, tragedias y finales felices. Todas muy diferentes. Más allá, un corazón de Nora Correas es una tentación para la mano. Está hecho de diferentes texturas. La misma idea de suavidad se desprende de un gran tocado de plumas de la misma artista.
En este recorrido sensorial, hay un plato fuerte: Asado en el Larreta. Se trata de una performance e instalación de Marcos López que replica su foto Asado en Mendiolaza. Debajo de esa imagen que evoca la Última Cena de Leonardo Da Vinci, pero con artistas cordobeses y menú criollo, otros doce actores se sentaron a una mesa de caballetes en el antiguo y señorial comedor de paredes enteladas del escritor Enrique Larreta (1873-1961), durante la Noche de los Museos. Había olor a asado, porque los apóstoles en camiseta comían choripán. Con el correr de las horas, empezaron a bolar bolitas de pan, los chistes se fueron volviendo pesados y López tuvo que parar la performance para invocar a Pavlovsky y la técnica del psicodrama. “Tiene que ver con la textura del subdesarrollo y con reinventar el patrimonio cultural. El museo redefine la obra y la potencia”, dijo López en la sobremesa. Después de la performance de aquel día, quedó la mesa puesta: platos sucios, sifones vacíos, un cerdo sazonado con chimichurri, mendrugos, una porción de achuras… todo de utilería. Un espectáculo inesperado que no conviene visitar con hambre.
La sed se puede disparar con los tonos borravinos, bordeaux, carmines, rubíes, morados, violáceos, ámbares y naranjas de la paleta de Jorge Martorell. Son los matices que ofrece el vino y sus borras, sus principales materiales. Sus pinturas etílicas tienen que ver con el tango y las vides, y se pueden ver en una bodega de Recoleta, con una copa en la mano. Todo empezó hace diez años en el taller de Eduardo Médici cuando la base de una copa de vino marcó un cuadro. “Médici me alentó a que profundizara en esa búsqueda”, recuerda Martorell. Los títulos de sus obras son elocuentes: La última curda, Los mareados, Quiero emborrachar mi corazón, La última copa.
Por lo general, el arte no es para tocar. Pero en la plaza seca de la Colección Fortabat yace una mujer gigante y desmembrada a la que algunos se acercan, la acarician rápido y se apoyan para una foto. Se trata de Los Viajes de Nushi, de la artista Nushi Muntaabski, que bien podría ser mujer de Gulliver, con casi diez metros de altura. Está fría y rugosa, porque la cubre una piel de mosaico veneciano y cerámicos. “Con esta obra en particular ocurre que el tacto no pasa solamente por la materialidad que siempre es atractiva, sino que también están tocando un cuerpo (mi cuerpo) en una escala bestial, con lo cual la connotación en este caso tiene más de un giro. Lo gracioso fue que mientras montaba la pieza ya la gente se acercaba a tocarla. Yo era invisible, ellos y la obra hablaban solos”, cuenta la artista. “La idea en mis últimos trabajos es que la gente forme parte de la obra sentándose, transitándola o caminando alrededor”, invita.
Para sentir con las manos, exclusivamente, es ConTACTO Artístico, una muestra pensada para ciegos por la artista Norma Stirbanoff, con obras suyas y de Silvia Ventura y Andrea Riera. Con los ojos vendados, se palpa un árbol de papel, unas casitas de papel de lija fino o se recorren piezas abstractas de tela, corcho, metal y cualquier otra textura. La muestra viene itinerando hace dos años. Ahora se puede ver –o tocar– en Una Mirada Distinta, Centro Municipal para la Inclusión de las Personas de San Isidro. “No hago obra para que dure eternamente, sino para que le sirvan a alguien; para ciegos, y para que los que no lo son puedan ponerse en su lugar y percibir con la mano. El tacto permite otra sensibilidad”, explica Stirbanoff. Las artes visuales no siempre lo son. También pueden ser una sinestesia.
Direccionario sensorial
- OLFATO: Vórtices Aromáticos, de Martín Bonadeo: en Praxis, Arenales 1311, hasta el 13 de diciembre.
- OIDO: Se ve el corazón pero nunca las caras, de Nico Diab: en Espacio Ecléctico, Humberto Primo 730, hasta el 29 de noviembre. Nocturno, la Diana Schufer, en la muestra Nico Diab: en Espacio EclécticoAmor, de la Casa Nacional del Bicentenario, Riobamba 985.
- GUSTO: Asado, de Marcos López, en el Museo Larreta, Juramento 2291, hasta el 15 de marzo. Jorge Martorell, en Casa Bodegas Nieto Senetiner (Av. Quintana 192) y en Galería MARTORELL (Pacheco de Melo 1859), con cita previa.
- TACTO: Los Viajes de Nushi, de Nushi Muntaabski, en Colección Fortabat, Olga Cossetini 141, hasta el 22 de febrero. ConTACTO Artístico, de Norma Stirbanoff, en el Centro Municipal para la Inclusión de las Personas de San Isidro, de lunes a viernes, de 9 a 14, en 25 de mayo 574, San Isidro.
Categorías:Muestras, ferias y bienales
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