Josefina Robirosa convocó multitudes durante la vernissage de su última muestra, Buscando un nombre, en la galería Rubbers. Foto: Alicia Schemper – Decís que estas obras te recuerdan a las que hacías en los años ‘50. ¿Qué tienen en común? – Espirales, rayas, remolinos que recrean la energía que corre por el cuerpo. Estaba bastante neurótica en esa época, pero las percibía. – ¿Cómo volviste a ese estadio? – Descubrí en la meditación una terapia para conectarme con mi intuición y ser libre de mis obsesiones. Con la razón el arte se refiere a lo visto, y eso no hace falta para pintar, a no ser que estés muy chiflado. La intuición es más inspiradora. – ¿Y cómo te sentís ahora? – Me siento libre, y con la libertad se adquiere el humor. Me río de todo porque me da placer. La gente se extraña de que ande siempre alegre. Necesitaba desbloquearme y sacarme la censura. Ahora estoy bien y no me pesa la mirada ajena. – ¿Qué nombre buscas? – En realidad, el título. Siempre me faltan, porque no tengo tiempo de ponerme en vacío y dejar que me vengan. Pensándolo, me di cuenta de que me pasé la vida buscando el nombre de todo: el de dios, el de la vida, el misterio. Y vi que no tengo nombre para nada, todo es como un baile. – ¿Y por eso tampoco tienen título las obras? – Cuando tenga tiempo les voy a poner. Ya tengo algunos muy lindos, pero tengo que ver para que cuadro sirven. – En otro plano, ¿estás muy enojada con el ministro de Cultura, Torcuato Di Tella? – Sí, porque nos pateó el hormiguero, y ¡me gustaría que lo treparan unas cuantas hormigas! Es tremendo lo que hizo con el Fondo Nacional de las Artes. Yo estuve ahí ocho años y era una institución impecable. Los artistas trabajábamos ad honorem, de forma transparente. Ahora es un caos. Hasta el 25 de septiembre, en Av Alvear 1595. LNR, septiembre de 2004.
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