Los juguetes de Arturo Carrera

Ruido para espantar los malos espíritus

Entre sus juguetes, el poeta se asume arqueólogo de la dicha

 

  • «Los juguetes que fabricaba mi padre eran extraordinarios para mí. Llegaba y sobre la mesa de la cocina desenvolvía la maravilla. Este molinito de viento es una especie de réplica de los que él me traía. Es obvio que los juguetes están cargados con algo que no vemos, pero nos sacuden con su fuerza invisible de amuleto, de talismán. Hay juguetes que nos mantienen indiferentes, pero otros Prueba de que el juego es una especie de partera de nuestros hábitos. Sobre todo, si esos hábitos son la réplica de un suceso placentero como cantar, canturrear, marcar un ritmo o suprimirlo para imprimir, en esa suspensión, otra forma de felicidad», reflexiona Carrera, y le da vueltas a las aspas del molino.

 

 

  • En la sala hay un piano que no supera el metro de alto. «Lo compré cuando estaba por nacer mi primer hijo. Pensaba en un Mozart enano tocando frente a Sofía Carlota, reina de Prusia que protegió a los músicos», bromea. Así, sus hijos Fermín y Ana, y todos sus amigos lo aporrearon durante muchos años. Cuando se presentó John Cage con Música para pianos de juguete amplificados en el Teatro Colón, el músico Claudio Baroni se lo pidió prestado para tocar. «Cuando lo retiraban del teatro se acercó un hombre del Colón y le dijo: Este piano lo fabriqué yo . Había trabajado en Casa Núñez». Ahora, Carrera tiene una partitura de Claude Debussy, de la serie Children s Corner , lista para tocar, y sobre él hay una escena infantil pintada por Germán Wendel. Para el ensamble perfecto, Carrera también guarda un banjo y un violín de dimensiones parecidas.

 

 

  • «Los juguetes son como utensilios para desenterrar, por instantes, esa especie de dicha petrificada que es la infancia, cuando intentamos revivirla. Los juguetes nos transforman en súbitos arqueólogos de la dicha», afirma el poeta Arturo Carrera. Por eso, siempre tiene un juguete a mano. Sobre la chimenea exhibe autos de latón, pájaros de plástico que cantan y una pareja de muñecos que se besan desde los años 60, los soldaditos se cuelan en las bibliotecas… «Me gustaban algunos juguetes muy simples, como los trompos. Había algunos que emitían un sonido de sirena interior, la voz de una mujer que cantaba dentro, o que lloraba Me encantaban . Tenía una colección. Y le pedía a mi abuelo que los hiciera girar todos al mismo tiempo», recuerda. Corrieron peor suerte sus autos de celuloide. «Supe acercarlos a las hornallas de la cocina mientras hervían la leche para ver cómo ardían tan fácilmente», dice con cierta malicia.

 

 

  • «Los libros para los niños son máscaras: aunque no los leyeran, con sólo tenerlos cerca y apoyárselos sobre la cara constituirían una vía hacia otro mundo. Basta que ellos hagan girar las páginas, miren las letras y las figuras, oigan el rumor del papel. El resto es dinero acaso incontable: industria feliz o maldita», apunta. En su biblioteca hay desde cuentos infantiles hasta teorías del juguete. En el viejo pupitre que preside el recibidor se apoyan un ejemplar de Billiken de los años 50 y el libro alemán Der Struwwelpeter Pedrito el Porrudo ), de 1845, que Carrera atesora por sus dibujos entre aterradores y surrealistas.

 

 

  • La infancia es un tema recurrente en sus 20 libros de poesía, como en Niños que nacieron peinados , la edición con pinturas de Alfredo Prior, que recorta pasajes de toda su obra sobre la infancia. En uno critica a esas muñecas que lloran cuando les extraen el chupete, por tener un llanto de liebre mal imitado. Pero sostiene que no hay juguetes feos ni lindos: «La rata de trapo es más diáfana que la vitrina llena de autómatas de Baudelaire. Siempre fueron lo mismo los juguetes: una variación en la complejidad de las semejanzas. Porque, insisto, no se trata de imitar, sino de repetir hasta el infinito el mismo ruido de matraca para espantar desde la cuna los malos espíritus, la misma cadencia, la misma delicadeza de la travesura y que el final sea un hábito delicioso o terrible». Carrera es un buen exponente de eso de que todos llevan un niño dentro. «Lo dijo el poeta italiano Pascoli: llevamos un juguete dentro, que él llamó il fanciullino (el muchachito). Pero ese niñito no se va, él tiene razón. Es nuestra razón misma de ser, de jugar y de morir.»

María Paula Zacharías

lanacion.com|

Sábado 06 de octubre de 2007 | Publicado en edición impresa

Intimidadesel chico interno de… Arturo Carrera

 http://www.lanacion.com.ar/950442-ruido-para-espantar-los-malos-espiritus



Categorías:Cultura y sociedad

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