Intimidades | Las colecciones de… Ines Berton

A la caza de curiosidades

Viajera frecuente, Inés Berton se dedica a buscar… y encontrar

 

  • La casa de Inés Berton y Rodrigo Tosso tiene aire oriental. Despojada, con muebles livianos, decorada con figuras chinas, minigeishas, algún buda y una orquídea. Es una casa de viajeros y no de catálogo, como a ellos les gusta decir. En el living hasta el fuego arde con delicadeza y es posible contar siete teteras sin mover demasiado la cabeza. Es lógico que Berton, una de las 11 narices absolutas del mundo en materia de té, tenga muchas teteras. Muchas. Pero también tiene otras cosas. «Me encanta coleccionar. Tiene algo que ver con la búsqueda Todo lo que hago se relaciona con eso», dice la chica que se pasó buena parte de su vida arriba de un avión, yendo de cacería de aromas a los lugares más recónditos del planeta.

 

 

  • Con Tosso, su marido cocinero, querían empezar desde cero una colección juntos. Y pensaron en algo chico. En un viaje por el sur de Francia se les ocurrió juntar… hueveras. «Compramos las primeras en L isle-sur-la-Sorge, un pueblo de anticuarios», recuerda. Cuando construyeron su casa, Tosso diseñó cuatro estantes encastrados en la pared a medida de los tesoros mínimos. En cuatro años de casados sumaron 250 piezas, entre las que figuran una de plata con un mono bufón y una serie art déco. Antes de viajar, siempre miran cómo se dice huevera en la lengua de destino: egg cup portauovo eierbecher ocoquetier .

 

 

  • La pasión por estos objetos fue in crescendo . «Una vez celebramos Año Nuevo comiendo en el restaurante Bon, de París, que está decorado por Philippe Starck. Me levanté para ir al baño y en el camino vi que en la tienda vendían una huevera con gorro para el huevo, firmada por Starck. Volví y le dije a Rodrigo: Necesitamos esa huevera. Tenemos que tenerla «. El precio era altísimo y el restaurante no aceptaba tarjetas de crédito. «Decidimos volvernos caminando 14 kilómetros bordeando el Sena hasta el hotel, pero con la huevera. Ibamos metiendo de a dos dedos en el gorrito, porque hacía un frío terrible», admite. Y así recibieron 2003.

 

 

  • Berton convida con un té de ciruela y vainilla de Madagascar. Pero mira el color, frunce la nariz y lo devuelve a la cocina. «Estaba muy oscuro», se disculpa. Después respira profundo y mira para otro lado cuando alguien le agrega azúcar. Es una experta. Y por eso se entiende que hasta el servilletero tenga forma de tetera. En 14 años sumó más de 500 teteras. «Son difíciles de coleccionar, costosas, y trasladarlas es muy delicado», indica. Entre las más preciadas está la que le trajo en mano su madre desde París. Preciada más que nada por la proeza. La Yxing teapot es china y de barro. «Si uno siempre toma el té en esta tetera, después de un tiempo sólo va a poner el agua caliente y el té se va a hacer», cuenta la leyenda. Berton, convencida.

 

 

  • Todo esto está escrito en sus diarios. Dibuja, pinta, hace collages, pega fotos, pasajes de avión, escribe pensamientos, ideas, frases propias y ajenas. A veces pinta con té. «Mis diarios son mi compañía. No salgo de casa sin uno en la cartera», cuenta. En los últimos dos meses, por ejemplo, estuvo en Ecuador, Barcelona, Madrid, Hamburgo, Villa La Angostura y Buenos Aires. «Así es mi vida. Dibujar es mi manera de inspirarme. Escribo perfumes, la sensación que me causan. Mis blends más conocidos han nacido en un diario», confiesa. Su olor preferido es el del pan tostado. «En un hotel de Madrid, donde ya me conocen, me mandaron un plato de tostadas al cuarto para recibirme. Al llegar así, me puse a escribir y salió un blend con el perfume de las tostadas», sonríe.

 

 

  • «Me gusta releer los diarios y ver cómo fueron cambiando las cosas. Ver, por ejemplo, cuando nació Tealosophy, con 132 dólares: Hoy vinieron los chicos a ayudarme a hacer las bolsitas. Les pagué con una pizza», lee. Parte de sus diarios se publicaron junto con su CD Tealosophy, music for a tea generation, que compila sonidos, blends y dibujos. Su tienda Tealosophy, en la galería Promenade Alvear, está por estrenar sucursales. «Tengo una cábala para elegir local: siempre tiene que haber un árbol en la puerta. La tienda de Alvear da al jardín de invierno del hotel. El local que abro en breve en Barcelona tiene un mandarino. Y en Lomas de San Isidro abro otro en un mes, con una parra adelante», detalla, mientras pasa las hojas de su diario y vuela adentro una mariposa disecada. Se detiene en una foto de Frida Khalo. «De ella tengo casi un santuario, con libros, fotos, y un collar de flores como los que usaba. Le hice un homenaje con un blend de cacao mexicano», dice. Sobre la imagen, Berton copió una frase de la artista, que parece resumir sus andanzas: Pies… para qué los quiero si tengo alas para volar.

María Paula Zacharías

Sábado 28 de julio de 2007 | Publicado en edición impresa


Categorías:Cultura y sociedad

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