Una especie de exilio de Gardel
En todo el mundo hay argentinos que emigraron con un emblema patrio bajo el brazo: el tango. Bailarines, músicos y profesores triunfan en lugares remotos como embajadores de una cultura que cada vez despierta pasiones más universales.
Lo certifica Silvia Rajschmir, bailarina, profesora de tango y psicóloga recibida en la UBA: en 1999 se fue a vivir a Israel, y enseguida abrió una escuela de tango en Jerusalén y luego otra en Tel-Aviv. «Los primeros tiempos fueron muy duros, por la gran diferencia cultural. No entendía cómo eran las cosas, extrañaba, no hablaba el idioma, e iba a hacer sola algo que es de a dos», recuerda. Mientras armaba sus dos escuelas (www.tangoargentino.co.il ) se desató la segunda intifada. Pero Rajschmir se quedó y daba clases incluso después de los atentados: «La gente me pedía que no suspendiera, justamente para que juntos pudiéramos salir un poco de la locura. Acá se vive así: hay que seguir adelante», asegura.
Con el tango empezaron a pasar cosas: «La gente se fue abriendo, suavizando (todos pasaron por el ejército, también las mujeres). Fueron aprendiendo a abrazarse, a saludarse con un beso, a vestirse mejor. De pronto aparecía alguien con una bolsita con zapatos nuevos, y era un buen indicio». Por ahora tiene un solo alumno árabe: «No pierdo la esperanza de contribuir en algo a través del tango con el proceso de paz».
Oscar Caballero es otro caso: también se fue de la Argentina, pero a Estados Unidos. Y se siente como en casa. Bailaba profesionalmente desde los 17 años. En 2000 aterrizó en Miami y conoció a Roxana Garber, su pareja de baile. Pusieron un estudio de danzas y crearon la compañía Tango Times Dance, con la que salen de gira ( www.tangotimes.us ). «Miami es muy cosmopolita, por lo que tenemos alumnos, además de norteamericanos y argentinos, venezolanos, chinos, canadienses, colombianos, cubanos, puertorriqueños, centroeuropeos, rusos y libaneses. La comunidad argentina es tan grande que existe un barrio que llaman la pequeña Buenos Aires, con restaurantes y almacenes con todos los productos argentinos imaginables, y un par de cafés donde los argentinos sabemos juntarnos a arreglar el mundo», cuenta Caballero.
CON ALUMNOS A BUENOS AIRES
Juan Carlos y Alicia Suárez son un matrimonio de tangueros que bailan juntos hace 40 años. En 1966 llegaron a Estados Unidos y en 1978 se instalaron en Houston, Texas. Hicieron cantidad de presentaciones públicas y ostentan un título que los honra: académicos corresponsales de la Academia Nacional de Tango. Lo ganaron gracias a la difusión de la cultura del dos por cuatro a través de sus clases, milongas, charlas y hasta dos obras de teatro.
En el subsuelo de su casa armaron un perfecto salón donde funciona su academia Always Tango ( www.alwaystango.com ). Allí cultivan el optimismo: «Todo el mundo puede aprender a bailar. Si son de madera, ése problema es nuestro», dice Suárez. Desde hace tres años organizan en el Melody Club la milonga más concurrida de Houston. De paso por Buenos Aires, viven entre milongas y zapaterías, porque desde hace poco exportan zapatos argentinos de tango con marca propia. Y en la visita los siguieron varios de sus alumnos para ir con ellos de milonga.
Tendrían mucho de qué hablar con la cantante Sandra Rehder, por ejemplo. Hace cinco años se fue de San Rafael, Mendoza, a Barcelona, a cantar tangos. A los cuatro meses tenía un contrato con una discográfica, editó su primer CD, En el nombre del Tango, y comenzaban los conciertos en Cataluña. Enseguida llegó otro disco, Bajo la piel, y cantidad de actividades pueden leerse tranquilamente en www.sandrarehder.com .
«He renunciado a muchas cosas para darle prioridad a lo que vine a hacer, cantar tango», dice. En septiembre último grabó su tercer disco, El exilio de nosotros: «En él quiero compartir la intensa experiencia de este ‘exilio económico-social’ y la defensa de la vocación», cuenta.
Más lejos se fue Hugo Fernández. «Soy porteño, bailarín y dirijo una escuela de danzas argentinas en la ciudad de Brisbane, en el estado australiano de Queensland», se presenta. Es un ingeniero civil que partió en 1992 a Australia a trabajar en lo suyo. «Las compañías me mandaban a trabajar al desierto, donde están los yacimientos. Pero a los tres años ya no aguantaba más sin bailar», cuenta.
Así es que, en 1996, partió hacia la ciudad de Perth, donde conoció una bailarina y en tres meses la convirtió en su partenaire. «Junto con un italiano que bailaba salsa convencimos al dueño de un café para que me dejara hacer demostraciones, enseñar y organizar bailes por un par de horas, antes de cerrar. A los seis meses había que reservar los lugares y los bailes terminaban no antes de las 2 de la mañana los lunes, ¡un caso único en Australia!», se entusiasma. En Townsville fundó su escuela Alma de Tango ( www.almadetango.com ), y en 2000 organizó el primer festival internacional de tango Wintertango, que duró tres ediciones. Todos los años, Fernández vuelve con un grupo de australianos por dos semanas a Buenos Aires para una «terapia tanguera intensiva».
En tanto, Gustavo Besada piensa que la historia de su grupo, Lunático Tango (www.lunaticotango.com ) es muy diferente de la de otros emigrados. «Ninguno de nosotros hacía tango en Buenos Aires», dice Besada, que llegó a España, en 2002, junto con Esteban Boero y Damián Dichi. Pero océano mediante, las cosas cambiaron: «Es ahora una música con la que me identifico profundamente. Creo que todos los porteños mamamos el tango desde siempre, y al cruzar cierto momento de nuestra existencia nos cae la ficha. Y si se está lejos, cae el doble».
Empezaron a hacer tangos de entre casa, en reuniones de amigos y fiestas, hasta que debutaron profesionalmente hace dos años, y desde entonces no pararon. Integran una formación de guitarras y un repertorio cada vez más alejado de los clásicos. Para este año, ya tienen agendadas presentaciones en Bélgica y Holanda. No por nada la nostalgia tanguera siempre fue cosa de inmigrantes… .
María Paula Zacharías
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Categorías:Cultura y sociedad
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