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Seriamente… en broma
En vísperas del 28 de diciembre, memorias de inocentes y chistosos
El Día de los Santos Inocentes, que se celebrará mañana, rememora la fecha trágica en la que Herodes ordenó la matanza de todos los menores de dos años de Belén por temor a perder su trono. Por esas cosas de la tradición, el día pasó a ser un homenaje al candor infantil, que evolucionó hasta convertirse en piedra libre para los bromistas. Y cada cual lo vive (o lo ignora) a su manera.
China Zorrilla , por ejemplo, pertenece a una de esas familias en que este día nunca pasa inadvertido, por coincidir con los cumpleaños de su abuelo y de su hermana Guma. Las redadas que se tendían los 28 de diciembre iban de lo ingenuo a lo temerario: “Me acuerdo de que en la quinta de mi abuelo, donde vivíamos, había una escalera de 32 escalones. Teníamos una hermana bebe, y una vez con mis hermanos la alzamos y tiramos su cuna por la escalera y gritamos. Los mayores casi mueren de un síncope. Y después casi nos matan”.
Cierta vez, mientras trabajaba en la embajada argentina en el Uruguay, Félix Luna recibió de regalo del cineasta Catrano Catrani una máscara de papel maché de Chacho Peñaloza, que se había usado en el rodaje de El último montonero, inspirada en un cuento del historiador. “Puse la máscara en una cama de un cuartito de la embajada y la adobé. Después llamé a cada funcionario y le dije que era un linyera que había pedido asilo la noche anterior y que había amanecido muerto”, cuenta, satisfecho. “Cada uno reaccionaba según su carácter; unos decían que había que llamar a la policía. Otros aconsejaban evitar el escándalo y meter el cuerpo en el baúl de un auto y… Bueno, yo me divertí mucho”, explica.
Luis Landriscina ostenta un perfil de bromista más ingenuo. De chico, dice, los chistes eran “bobadas del tipo tenés una araña en el cuello”, para ver al otro sacudirse inútilmente, relata. “En viajes de 600 kilómetros entre un festival y otro, era común que nos dijeran, cuando faltaban 100 para llegar, que habían llamado desde la estación de servicio y les habían avisado que se suspendía la actuación. Y que había que volver”, narra el humorista.
Algo similar padeció Ana María Picchio , a quien, a dos días del estreno de Extraña pareja, el productor le dijo que se aplazaba una quincena. El bromista disfrutó del aplomo ajeno y luego les echó en cara a Picchio y elenco la inocencia de creer todo lo que se les decía.
Pero en algunos chistes no es recomendable revelar la autoría. El actor Roberto Carnaghi aún trata de que su amigo Norberto Murray confiese que fue él quien una tarde en el campo escondió las llaves del auto, que buscó toda la familia durante tres horas y que él misteriosamente encontró en un lugar que habían revisado varias veces, cuando ya era de noche y habían traído del pueblo a un cerrajero. “Nunca le creí que no fuese uno de sus chistes pesados”, acusa el actor.
Raúl Portal es gran cultor de chanzas radiales. “Una vez dije al aire que me habían nombrado interventor de Radio Municipal, en la que tenía un programa. Todos se volvieron simpáticos y se acercaron al estudio a saludarme”, cuenta. “Otra, dije a los oyentes que ese día me proponía batir el récord de permanencia en el micrófono que tenía un ecuatoriano que había estado 72 horas al aire. La gente llamaba para alentarme, pero los conductores de los programas siguientes de la radio estaban preocupadísimos. Hablaban con los directivos, igualmente desconcertados.” Al final del programa adujo principios de afonía y se fue cantando bajito.
La escritora María Esther Vázquez estaba acostumbrada a las infaltables bromas de su amigo Javier Fernández, capaz de llamar a su novia y hacerle creer que era Gardel. Por eso, un 28 de diciembre mandó a freír churros a un señor de voz engolada, supuesto funcionario de un ministerio uruguayo, que tenía una propuesta laboral para hacerle. Cuando el teléfono volvió a sonar y comprobó que ese señor era quien decía ser, advirtió el papelón.
También telefónico, el guitarrista Esteban Morgado recuerda las llamadas que se hacían con su hermano Claudio, en las que se daban noticias falsas o se hacían pasar por otro. Y adelanta que las víctimas de una ingeniosa triquiñuela serán los músicos con los que tocará gratis, mañana, en Los 36 billares.
Nostálgico, Antonio Carrizo sostiene que éste es un juego que se ha ido perdiendo, igual que la inocencia. “El más grande chiste es uno llamado Plazo Fijo, en el que cayeron millones de argentinos”, reflexiona. Pero, desgraciadamente, nadie salió a decir aún Que la inocencia les valga.
María Paula Zacharías
Categorías:Cultura y sociedad
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