Los dos se hicieron inseparables cuando Silvestri lo levantó de la calle, víctima de una enfermedad que los veterinarios diagnosticaban mortal. Lo cuidó hasta que se recuperó y desde entonces cabalgan juntos los caminos de la vida. Para eso, Silvestri le diseñó riendas que se atan a su bozal y una tarima de madera donde apoya las patas delanteras. «Si no, se sube hasta las crines», comenta Silvestri.
El sistema se perfeccionó después de una caída, que tuvo a Clarín por ocho meses comiendo de la mano de su dueño. Otra vez, la circunstancia afianzó la amistad, y ahora son casi tan unidos como Don Quijote y Sancho Panza.
El dúo está acostumbrada a las fotos. A lo largo de los once kilómetros diarios, posan con total naturalidad y ensayan tramos al galope. También son sensación cuando Clarín tira de la bicicleta de Silvestri a la manera de un trineo. «No pedaleo», suelta orgulloso Silvestri. La semana última se los vio desfilando en un festival en Irala, provincia de Buenos Aires.
María Paula Zacharías
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Publicado en La Nación, Ultima página , el 14 de octubre de 2004.
Categorías:Viajes
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