Peñas jóvenes

Guitarreadas sub 30

El circuito de peñas para los más jóvenes crece en Buenos Aires

 
Dos de la mañana, un jueves cualquiera. Desde la calle, se ve un hormiguero de jóvenes en el local. Parece raro, pero las luces no son tenues ni la música aturde. No es un bar, ni un pool, ni un boliche. Es una peña, con guitarras, bombos y algún viento, cada mesa con música propia. Alguna pareja ensaya zambas y chacareras. Un chico con pelos parados y arito en la ceja pasa entre las mesas con un poncho colorado. Unos matean en jeans y zapatillas, otros toman cerveza en alpargatas. Se escucha folklore, pero en una recorrida por las mesas se distinguen también algún rock y baladas.

La escena no es única, sino que se repite en varios lugares de Buenos Aires donde se juntan menores de 30 a compartir canciones y comida criolla, pero a cierta distancia del modelo clásico de casa de comida regional con espectáculos de escenario. Al menos quince peñas nacieron en los últimos años, coinciden los promotores de esta nueva generación que recrea, en todo caso, la versión más gaucha de mesas de guitarreros espontáneos, donde el mate no tiene horarios y el baile se improvisa en cualquier rincón.

En la barra, mate

Una de las propulsoras de esta filosofía es La peña del Colorado (Güemes 3657), una de las que más crecieron desde su nacimiento, hace nueve años. «Pasan 700 personas por noche, y se convirtió en punto de encuentro para chicos que vinieron del interior a estudiar en Buenos Aires», comenta el pelirrojo Esteban López, uno de los titulares. Tiene otra sede en Salta, en la centenaria Casona del Molino, instalaciones temporarias en el festival de Cosquín, sello musical para promover nuevos artistas (Pata Ancha), un vino propio (El Peñero, envasado en Mendoza), y constituyeron una especie de centro cultural donde se dictan talleres de telar, canto con caja, vientos andinos, guitarra y folklore, entre otros, según especifica Marcos Giuliodori, otro de los socios.

Tiene la particularidad de ofrecer mate gratis. «El que quiere, pide permiso, pasa a la cocina y se lo prepara a su gusto», comenta López. También se puede llevar el equipo de cada uno, instrumentos de todo tipo y juegos de mesa. «Tenemos espectáculos, ciclos de poesía y funciones del único teatro criollo del país», afirma.

Podría decirse que la peña es, en un sentido, uno de los más antiguos rubros comerciales del país. Sin embargo, López y sus colegas lamentan la falta de una habilitación municipal específica. «Es absurdo. Figuramos como restaurante, y como no se puede tocar la guitarra en un restaurante, tenemos un récord de clausuras en este local.»

La peña de La Ribera, en San Isidro (Roque Saénz Peña 1485), es otro punto de reunión para los amantes del estilo criollo. En una antigua casona, en verano se baila hasta cualquier hora en el jardín a orillas del río, y en invierno se repliega a un salón de techos altos, con un escenario compartido entre artistas y amateurs que se animan a seguirlos. Para animar el baile, cada noche comienza con clases gratuitas, comenta Carolina Aparicio, encargada. «Funciona el segundo sábado de cada mes, y la idea es disfrutar el espacio, participar», explica. Además, organiza actividades culturales y talleres.

La Baguala (Almirante Brown 726) es otro lugar convocante, que declara tener códigos distintos. «Acá todo el mundo baila. Es común que los chicos saquen a las mujeres mayores, porque conocen bien los pasos», señala Lidia Llorca, una de sus responsables. Desde 2000 se reúnen los primeros sábados de cada mes, por iniciativa de ocho estudiantes de folklore del centro cultural Fortunato Lacámera, que cumplieron el sueño de formar una peña especialmente destinada a la danza y a cultivar tradiciones como la de beber caña con ruda los 1º de agosto, celebrar la fiesta de la Pachamama y llevar un ramito de albahaca detrás de la oreja en carnaval.

Esta renovada pasión juvenil por el folklore, que poco tiene que ver con las nuevas estrellas del circuito comercial, adopta también otras formas no tan tradicionales. Llotivenco, por ejemplo, es el nombre que pusieron un grupo de jóvenes a la tertulia que organizan en el living de una casa. Entre treinta y cuarenta personas, viernes por medio, se juntan a escuchar a los artistas del lugar y a los invitados, que comparten encuentros espontáneos entre «gente que se entera de alguna manera, y simplemente toca timbre en Venezuela 4279», cuenta Pablo Fraguela, uno de sus mentores.

El bar Ni Tan Santo, Ni Tan Telmo (Bolívar 1112), una vez al mes organiza noches de peña. Y en Mr. Mate (Estados Unidos 523), una materia orientada a la difusión del arte de cebar entre los turistas extranjeros, el ballet Eco organiza encuentros de baile criollo. Con clases gratuitas, los dos comercios se suman a estas nuevas formas de cuidar las raíces.

María Paula Zacharías

Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/510409

 Publicado por La Nación, Ultima página, 11 de julio de 2003. Foto: Archivo, La Nación.


Categorías:Cultura y sociedad

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