Afuera el viento, adentro el mundo, la nueva muestra de Marcos Acosta, inaugura hoy en un nuevo espacio de exposición, la totalmente renovada Sala de Exhibiciones del Paseo del Buen Pastor, a la 19 en Hipólito Yrigoyen 325, en la ciudad de Córdoba, bajo la gestión de Guillermo Alonso, coordinador de Patrimonio y Museos de la provincia.











Este es el texto que escribí para acompañar la muestra, que integra un libro digital que podrá descargarse gratuitamente desde un código QR en la sala:
Marcos Acosta (Córdoba, 1980) pinta el paisaje que lo rodea. Más que lo que ve, trata de reflejar cómo esas formas de agua y piedra resuenan en su interior, y qué preguntas le hacen. Evoca lo que recuerda: rocas, pastizales, nubes, desde un sentimiento ante la inmensidad que no está en el registro fotográfico que le sirve de guía. Entonces, sus horizontes son universales. Son todos a la vez. Su aproximación no es intelectual, sino sensitiva y espiritual. No se puede pensar el paisaje, no es posible entenderlo. Apenas se puede sentir. Intuimos en su obra algo de toda esa eternidad a la que estamos asomados desde que nacemos. Marcos Acosta es un hombre en medio de las sierras, a orillas de un arroyo, que mira y siente una fuerza incomprensible, transita olores y texturas, se deja encender por las incandescencias de la luz a distintas horas. Se compromete. Se funde en el panorama y lo recrea. ¿Es esto la realidad?, piensa el artista. ¿La realidad está adentro o afuera? El espectador es también parte de la escena. En el plano sutil el arte es un punto de conexión entre dos almas que vibran. Un pequeño destello de unión.
Dos grandes obras monumentales son los extremos de los trabajos recientes que reúne esta exposición en la renovada sala del Paseo del Buen Pastor: un paisaje, Reserva natural (2009), y una urbe, La ciudad (2016), que cierra la serie Todas las ciudades (2012-2016) y culmina en sus escenas naturales de los últimos cinco años. La ciudad también es para él un entorno natural. Si pensamos que un hormiguero es naturaleza, ¿por qué no lo sería lo que construimos nosotros?, pregunta el artista. La dualidad entre geometría y organicidad no existe.
Las líneas y los planos que introduce Acosta parecen una intromisión, una huella del recorrido de un hombre (o de la mano de un creador). No lo son: no hay diferencia entre lo artificial y lo dado. La dualidad es una ilusión. Somos un fragmento del todo. El arte permite salir del plano físico: celebra una esencia. Cada vez que sostiene un pincel, lo carga de color y se acerca a una tela, Acosta se aventura en un misterio fascinante, no importa si decide hacerlo de manera realista o si suelta el trazo. Al retratar el mundo, se encuentra a sí mismo. Afuera está el viento que ama sentir en su cara. Cuando entra al taller, ese cubo en medio del verde de Río Ceballos o aquel galpón de ciudad, adentro suyo habita el universo entero. Al pintar, la vastedad más infinita hace eco en todo lo ancho de su alma.

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