Flores para el otoño, una contradicción muy disfrutable

En tiempos de arte de difícil digestión, en las galerías de Buenos Aires se ve un puñado de muestras que vuelven a un motivo eternamente visitado en la historia del arte: las flores. Minimalistas, nostálgicas, simbólicas, sensuales o silenciosas… feliz coincidencia para este otoño que se empeña en parecer primavera.

Gabriel Baggio

Gabriel Baggio

Lirios, azucenas, cortaderas, pasionarias y margaritas a veces no son sólo eso. Gabriel Baggio pinta flores silvestres de la zona pampeana en la serie Abrirse una senda en la soledad, trece témperas con marcos de cerámica que se vieron en la galería Slyzmud. «Son citas del libro de Martínez Estrada, Radiografía de la Pampa. Llego a la flor desde algo tangencial, no como observación naturalista. Para mí son formas de abrir sistemas de pensamiento. Me interesa que cada gesto en la práctica visual tenga una contundencia conceptual por detrás», explica. El artista, que estará en arteBA desde pasado mañana, tuvo una performance en la BP.15: un ebanista le enseñó a tallar una flor.

La vegetación puede implicar lecturas de género. «Para mí, el mundo vegetal es sinónimo de nobleza, amparo, protección. Estos seres vivos anclados a la tierra son portadores de infinitos mensajes: dan con generosidad sombra, frutos, flores. Con sus raíces se anclan a la tierra más profunda y sus copas frondosas se conectan con el universo. En mis esculturas del mundo vegetal siento que logro corporizar en imágenes secretas metamorfosis mágicas cargadas de la esencia del sentir femenino», dice Marina Dogliotti. Se trata de esculturas de cuerpos de mujer tamaño natural, envueltas en plantas y flores, que se exhiben en el espacio de arte del Banco Ciudad.

El mensaje ecologista es una constante. Beatriz Moreiro siempre se inspira en el verde de su parque, a orillas de los esteros chaqueños. Recolecta ramas, nidos y flores del desmonte, los guarda y dibuja. «Adapto mi lenguaje para alcanzar un testimonio de lo que me interesa del mundo natural más próximo. Mi punto de partida es un mundo agredido en su orden natural. Trato de darle trascendencia a lo mínimo a través de la imagen y, a través de la forma, invitar a reflexionar sobre el sentido de la existencia, sobre lo que nos rodea. Pretendo que el espectador-explorador llegue a un estado de conciencia distinto del cotidiano, y habite el mundo desde otro lugar», señala. Ahora está concentrada en las caraguatás que presenta en el MAPU de Resistencia: «Una planta genuina del Impenetrable, dura y resistente, en franca extinción».

Patrick Glascher recrea con lápiz los paisajes que lo conmueven en sus días de pesca en el Río de la Plata, el Delta del Paraná y sus exploraciones por la Pampa. «Aunque casi todo lo produzco en mi taller, el contacto con los espacios naturales es clave para mis obras, que son resultado de la memoria de la experiencia», explica. Lo inspiran los naturalistas del siglo XIX: «Construyeron el imaginario y dieron sentido a este territorio para una metrópolis lejana». Se topó con unos cardos el otoño pasado en un campo cerca de Brandsen, donde buscaba arroyos. «Recogí una buena cantidad que traje a mi taller. Me dediqué a fotografiarlos y, unos meses más tarde, los dibujé al grafito», cuenta. Pero sus cardos, pastizales y juncos no son sólo eso: «La representación de la naturaleza puede ser plataforma para muchas reflexiones».

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Patrick Glascher

De eso mismo habla Hernán Salamanco. «Pintar es una necesidad psiquiátrica. No puedo dejar de hacerlo», dice. Los últimos seis meses estuvo dedicado al Viaje de Wilson, un mural de 12 metros de largo y dos de alto, que en una sala silenciosa al fondo del Centro Cultural Recoleta invita a entrar en un paisaje que va cambiando de tono y estación: del blanco invernal al verde florecido en rojo, para caer después en la sombra más oscura. Recicla carteles metálicos y pinta en módulos de 1×1 metros con esmalte. Los ensambla después. «Es mi viaje, lo que me pasa cuando estoy pintando», sintetiza.

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Hernán Salamanco (Foto: Javier Agustin Rojas).

En Mar Dulce, la joven Sofía Wiñazki pinta bosques con materiales orgánicos que conservan algo de la naturaleza: papeles delicadísimos, lápices carbón y pasteles al óleo dorados. La muestra Últimas Hojas se compone de doce dibujos en carbonilla y óleo pastel, que parecen calcados de la espesura patagónica. Pero no. Son de acá nomás: «Empecé dibujando los árboles de Constitución cuando esperaba el colectivo para volver a mi casa del IUNA [ahora UNA]. Plaza Constitución remite a un lugar espantoso, de colectivos, gente, cemento y ruido. Pero también están esos árboles que nadie ve. Eso me gusta reflejar en mis dibujos», cuenta. La acompañan cuatro obras de Raúl Veroni, hojas, frutos y flores hechas en los `70 con plumín y acuarelas, delicadezas de otro tiempo.

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Las flores que Mabel Montes pinta y mostró recientemente en el Museo Roca son las que la acompañan en su taller. Cactus, plantas y flores, que pueblan balcones y ventanas, en macetas, jarras o floreros. “Son una forma de acercar la naturaleza, la vida, sus formas y colores, a mí y a mi entorno. Son un modo de intentar descubrir secretos profundos en elementos bellos por sí mismos, secretos que pretendo abordar desde la contemplación y traducción de sus formas al plano y la materia. El color me lo dan ellas y yo trato de acercarme”, explica.

11333284_10206908793662670_742306804_oEn el Espacio de Arte de Fundación Osde, una instalación de luz y color de Cristina Tomsig ambienta un espacio con formas circulares que remiten a las flores, que emiten luz naranja, en acrílico y hierro. «Mi ficción estética, dominada por la geometría y el color, pretende envolver al espectador en una experiencia plástica, estimulando en él una respuesta sensitiva y reflexiva», explica la artista en un texto de la sala.

La visión de Nora Aslan es más política. Cubrió una pared de la galería Gachi Prieto con imágenes de la vegetación de su jardín fotografiada a través de vidrios mojados, empañados, esmerilados. Telón de fondo para un diorama con fotografías de animales de museos. “La idea era que esa apariencia de bosque fuera en realidad una trama de imágenes de versiones, de representaciones. La naturaleza con la que convivimos en la ciudad está domesticada”, señala. Quizá por eso, por pintarlas del natural, Marina Curci ha subido a la alta montaña y ha cumplido una misión imposible en la Antártida. Siempre amó las flores. «De chica las robaba de la casa de mi abuela para llevarlas a mi terraza», recuerda. Se empeña en retratar con espíritu de botánica las que la cautivan. «En las flores hay una especie de autorretrato», desliza. Pronto publicará un libro de la serie que se exhibió en Ro Art y que lleva por título los nombres científicos de cada especie. Quiere que sea chiquito y práctico, para que acompañe a los que como ella salen de excursión buscando flores.

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Guillermo Roux

«La flor no es la flor. La flor es cómo se la mire», opina Guillermo Roux, que las ha pintado toda su vida. Le gustan las simples como el hibiscus o el desafío de las rosas, que son para él princesas recatadas, abrazadas a sí mismas. En la flor hay pensamiento, ecología, introspección, política… Pero la de Roux es una de las visiones más románticas: «Todo está en la flor. Pintar un ramo de flores es pintar el mundo. Si se las mira bien, las flores son zonzas cuando son sólo flores. Tiene el peligro de ser bellas en sí mismas. Son bellas mujeres. Hay que pintarlas con la seriedad de un desnudo. Porque lo son».

SIETA MUESTRAS DE ESTACIÓN

El Viaje de Wilson, de Hernán Salamanco, hasta el 7 de junio en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.

Metáforas de Vida, de Marina Dogliotti, hasta el 4 de junio, en Esmeralda 668.

Abrirse una Senda en la Soledad, de Gabriel Baggio, en arteBA, La Rural.

Patrick Glascher, Dibujos, hasta el 6 de junio, en Uruguay 1223 (depto 5).

Últimas Hojas, de Sofía Wiñazki, hasta el 27 de junio, en Uriarte 1490.

Naturaleza Fragmentada, de Beatriz Moreiro, hasta el 4 de julio, en M. T. de Alvear y Mitre, Resistencia, Chaco.

Naranja Místico, Cristina Tomsig, hasta el 19/6, en Suipacha 658.

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Publicado en La Nación Cultura, 2/6/15.

Link: http://www.lanacion.com.ar/1797951-flores-para-el-otono-una-contradiccion-muy-disfrutable



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1 respuesta

  1. Hace años que pinto árboles. Sin árboles no hay vida. Los amo y tengo un bosque cerca de casa. Tambien pinto campos. porque siempre estan alli cuando pasas, a caballo o en auto. Y se renuevan todos los años, porque alimentan al mundo.-
    Gracias por compartir..-

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